“Nuestro encuentro con la Palabra de Dios…”
-Por Pbro. Gustavo Sosa
Cuando leemos los libros de historia, caemos en la cuenta de que hay dos grandes motivaciones que explican muchas de las acciones que desarrollan los individuos y los pueblos: La ambición y el deseo de venganza. Es lamentable decirlo, pero es la realidad.
-La ambición, que significa la búsqueda del poder político y económico, algunas veces utiliza un lenguaje más sutil, como es hablar de los sueños de gloria y honra… Este discurso se ha pronunciado innumerables veces para la justificación del expansionismo de las grandes potencias
-La otra motivación es la sed de venganza. El recuerdo de los enfrentamientos entre individuos y pueblos alimenta sentimientos de venganza que tienen consecuencias impredecibles. Son odios que se van acumulando y se trasmiten de generación en generación. En estos días parecía que estábamos reviviendo la guerra de unitarios y federales, y los que peinan canas recordarán azules y colorados…
Pero no nos damos cuenta de una gran verdad: La primera y principal víctima del odio es la misma persona que le da cabida en su corazón. Noche y día mastica venganza. Se trata de un poderoso tóxico que mata la alegría de vivir e imposibilita que florezca un proyecto de superación y creación de futuro. Y miren, el que mastica bronca, escupe rabia…
Las lecturas de este domingo nos invitan a ver los acontecimientos de la vida, no desde la orilla de los odios y rencores, sino desde la otra orilla, la de la reconciliación y el perdón.
La encarnación de Jesús es el mensaje más poderoso de perdón y reconciliación. Jesucristo entrega su vida en la cruz para reconciliarnos con Dios. En el pasaje evangélico que hoy leemos, Jesús desarrolla una hermosa catequesis sobre el perdón.
-El punto de partida de esta catequesis es una pregunta que hace el apóstol Pedro: “¿Cuántas veces debo perdonar a un hermano que me haga algún daño? ¿Hasta siete veces?”. La pregunta de Pedro refleja una actitud muy extendida, según la cual todo tiene sus límites: “Quizás perdone una o dos veces; pero es imposible que perdone una tercera vez”. -Así pensamos los seres humanos.
Pedro se debió sentir muy desconcertado e incómodo cuando el Señor le dijo: “No digo que, hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete”. Esta respuesta no establece un cupo máximo para el perdón. El mensaje es otro: El perdón no puede tener límites, porque el amor no conoce límites.
Para desarrollar esta idea, Jesús les propone la parábola de un administrador que fue perdonado por su jefe a pesar de sus malos manejos, pero que fue cruel e implacable con los que tenían cuentas pendientes con él.
Nuestra sociedad argentina tiene muchas heridas que curar. Hay que poner todos los medios para que cicatricen. Y hay que trabajar, desde la educación, para que las nuevas generaciones superen los odios ancestrales y desarrollen unos valores éticos diferentes que nos permitan ponernos de acuerdo en un proyecto de país incluyente y tolerante.
No podemos seguir intoxicados por los odios y rencores. Hay que superar el lenguaje de confrontación y buscar unos consensos básicos que nos permitan avanzar en la construcción de una patria distinta.