La señora Fernanda Gómez Escapa obtuvo un reconocimiento a su tarea literaria
- Con la obra Olegario Fuentes participó en el gran premio Banco Provincia Literatura 2024 Olegario Fuentes era un hombre de mediana edad, simple, con una vida simple y de costumbres simples. Taciturno, rutinario, contaba con las virtudes de ser leedor, curioso y limpito.
Todas las mañanas despertaba, se aseaba y desayunaba. Antes de cruzar la puerta, miraba el reloj sistemáticamente esperando que las agujas marcaran las 6:30, allí daba el primer paso rumbo al trabajo. Al término de la jornada hacía algunas compras para la cena y una vez por semana se regalaba un billete de lotería. Regresaba a su casa, se paraba frente al umbral de la puerta, esperaba que el reloj marcara las 6:30 y ahí entraba.
Nació en el campo. Siendo muy niño, mientras su madre cocinaba y hacía la limpieza en la casa grande, él cuidaba a sus tres hermanas menores. Hizo hasta el sexto grado y luego ayudó en los quehaceres rurales. Venía de una generación de peones golondrina, hasta que su padre consiguió un puesto fijo en la estancia de los Ayala. Allí quedaron, arañando la pobreza, pero con dignidad.
Al cumplir los 14 años, su padre tomándolo del brazo, le amarró en su muñeca izquierda, la malla de cuero de un reloj que había pertenecido a su abuelo, las agujas marcaban las 6:30. Le colgó al hombro, una bolsa de tela atada con un nudo donde cargaba algunas de sus pertenencias íntimas y unos cuantos libros que habían sido desechados de la casa de los patrones.
Tras las palabras de su padre “mandate mudar de acá. Por el camino de tierra, a 5 leguas, está el pueblo. Entre tus pertenecías hay una dirección y un poco e’ plata”.
Así nomás, se marchó, sin un abrazo, la familia lo vio irse por el camino.
Recordaba esos tiempos con melancolía y agradecimiento.
Al llegar consiguió un cuarto oscuro de pensión, con una cama, una cómoda donde guardaba sus ropas, una mesa y una silla. Tuvo suerte. En un par de semanas entró a trabajar en el servicio de limpieza del correo y de a poquito amplió sus comodidades incluyendo un armario para colocar los libros y una lámpara con buena luz para leerlos.
No era muy hablador, pero contaba con buena disponibilidad, estaba para lo que lo necesitaran, todo lo arreglaba y solucionaba. No era amigo de nadie, solo hacia su trabajo.
Al morir un empleado sin descendencia, la propuesta fue de sus compañeros para que Olegario Fuentes ocupara el puesto vacante. Ahora sí, de empleado de limpieza pasó a ser empleado del Correo. Su sueldo había crecido, pero estaba cómodo con sus costumbres, solo compró una cocina y una heladera para no compartir la comunitaria.
Se sentía feliz. Era un hombre respetado y agradecido.
Una tarde al llegar del trabajo, cumpliendo con su rutina, abrió la puerta, miró el reloj, faltaban unos minutos para las 6:30, bajó la mirada y observó un papel en el piso. Cuando el reloj marcó la hora indicada, entró, tomó la nota y leyó un desprolijo texto escrito en lápiz que decía:
Olegario Fuentes apersónese mañana a primera hora en la Agencia de Lotería “Pégale al Gordo”.
Lleve su billete.
Mercedes la que está en la caja.
A la mañana siguiente despertó y como todos los días se aseó, desayunó y sistemáticamente esperó que su reloj marcara las 6:30, salió de su cuarto de pensión rumbo a la agencia. En la puerta un gran cartel anunciaba: “AQUÍ SE VENDIÓ EL GORDO CON EL NÚMERO 630”. Entró, llegó hasta la caja, sin expresión alguna e ignorando la sonrisa de la empleada que le entregaba el cheque, lo agarró y sin mirarlo lo guardó en el bolsillo interno del saco. Caminó con prisa hacia el trabajo. Llegó a su ventanilla y antes de atender a la gente tomó un sobre, colocó el cheque dentro, lo cerró y escribió:
Olga, Celia y María Fuentes
Casa de la peonada
Estancia de los Ayala
Lo echó en el buzón de la entrada y comenzó su jornada.
Al regreso, compró algunos alimentos, una botella de vino y un libro. No pasó por la agencia.
Llegó a su casa, abrió la puerta, esperó que el reloj marque las 6,30 y entró.
Seudónimo: Kelim Scapa
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