Ceder o defender
-Por Gonzalo Ciparelli
La soledad es el precio, a veces tan alto, que se paga por ser uno mismo. Sin embargo, también es el precio, satisfactorio, por no mentirse ni renunciar a los principios propios.
Cierta frase menciona que cuando dos personas están de acuerdo en todo, es porque una está pensando por los dos. Por lo tanto, está cediendo. Pero una cosa es ceder y otra mentirse. En el ceder no hay peso, en el mentirse sí.
Entonces ¿por qué podemos sentir que nos estamos mintiendo a nosotros mismos y algo interior nos hace ruido, mientras que en otras ocasiones podemos sentir que estamos cediendo y, por el contrario, sentimos tranquilidad y plenitud? ¿Qué es aquello que nos transita en el momento que nos sucede una u otra cosa? ¿Acaso el amor nos permite ceder?
¿Cuándo se logra un equilibrio entre el amor propio y el que siento por la otra persona? La balanza no presenta inclinación sobre ninguno de los dos sentimientos, está perfectamente equilibrada.
Si hay inclinación de ganancia en el amor propio, no cedería nada que no quisiera, basaría mi respuesta solamente en lo que yo quiero o deseo, y rozaría el egoísmo.
Si, por otro lado, hay inclinación de ganancia en el ceder, actuaría siempre pensando en la otra persona, y pecaría de sumiso, generando ruidos internos en lo que realmente deseo o quiero.
Una vez más, la moderación es tan necesaria, porque me indica que todo extremo no hace más que generar insanidad.
Por otro lado, ¿Cómo sé cuándo ceder y cuando defender mi postura sin que nadie pueda quebrantarla?
Voy dejando atrás personas que no suman a mi bienestar, y tengo experiencia suficiente con ellos para indicar que han defendido más su propio ego que ceder por mí. A su vez, intento descifrar cuando defender mi postura y cuando ceder por alguien más.
“Sigue tu voz interior” dicen. Sin embargo, para que esto último ocurra eficazmente, se debe trabajar también en la confianza y seguridad propia, algo que muchas veces es inestable.
Ha de proponerse el ser humano en cierto momento de su vida, lograr día a día lo que desea dejar en los demás, por medio de actos de sanidad sin caer en el impulso, que tanto lo corrompe y en ocasiones no encuentra como mantenerlo encerrado, para que no pueda salir y lastimar…y lastimarlo.