Días pasados me encontré con un viejo conocido, viejo por el tiempo que hace que lo conozco, aunque también por su edad se le podría decir cariñosamente, viejo, sin que él se sintiera ofendido.
Él viene de esa época en que a los viejos se les escuchaba, se les prestaba atención porque sus palabras encerraban sabiduría. Por eso digo que no se ofendería.
En la charla, dijo la frase del título de esta nota. Habitualmente esa expresión indica un deseo casi inalcanzable, una utopía, algo que solo habita en nuestros sueños trasnochados. Pero cuando siguió hablando, me di cuenta que lo que anhelaba era volver atrás. Y me dio algunos ejemplos: cuando iba al secundario, podíamos ir en tren a Buenos Aires en dos hora y cuarenta y cinco minutos, o a La Plata con empalme en Haedo, la puerta de nuestros hogares podía quedar sin llave, casi no había robos, alguna gallina, una bicicleta, el dinero alcanzaba y no había pobres. ¡Cómo me gustaría que eso volviera!
La charla siguió y fue desgranando su frustración. En realidad, no la suya, porque sé que tiene un buen pasar, producto de una vida de intenso trabajo y austeridad. La frustración de una sociedad que en algún momento dejó de ser pujante y comenzó a transitar un camino de decadencia. Recordaba a algunos concejales de esa época, que se reunían con vecinos para conocer las necesidades, sin importar de qué partido eran. Que aún en épocas de gobiernos de facto, el Intendente se ocupaba de saber qué necesitaba el vecino.
Usted se imagina, me dijo, que concejales de todos los partidos con representación en el Concejo Deliberante, recorrieran el pueblo viendo cuales son los problemas de la ciudad. Que salieran juntos peronistas, radicales, del Pro y pudieran ver con sus propios ojos que en muchos lugares de la ciudad las luces siguen encendidas en pleno día o que faltan luminarias, transformando la noche en una boca de lobo, que la recolección de montículos no se hace regularmente, que la ciudad está sucia, que la circulación de vehículos es caótica, que los semáforos de una misma arteria no están sincronizados, obligando a los automovilistas a detenerse en todas las esquinas, generando un derroche de combustible y un calentamiento del planeta, más una pérdida de tiempo.
Claro, ahora entiendo. Todo tiene que ver con mantenernos ocupados en sortear los obstáculos que ellos crean, para que no nos demos cuenta de su impericia, porque si no, no tiene explicación que después de transcurrir cincuenta años tardemos el doble para ir en tren de Bragado a Buenos Aires, ya que de esa forma nos están robando nuestro tiempo, es decir, nuestra vida, porque la vida se compone de tiempo.
Con la promesa de volver a charlar, nos fuimos cada cual por su lado. Lo que me dijo de la vida, me dejó un sabor amargo a frustración.

G. Noal

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