Crónica del periodista Albino Dardo López, sobre el Bragado de 1918
-Por Néstor César Savalio
Albino Dardo López conocía a Bragado solo por nombre, pero los aconteceres relevantes los tenía bien presentes, ya que el semanario “Caras y Caretas” donde era periodista y corresponsal, se hacía eco permanentemente de los sucesos del lugar.
No ocupaba ese cargo por casualidad, estaba en él desde 1914 luego de soportar tres años de cárcel por publicar sus pensamientos libremente, situación limitada por leyes de excepción del entonces partido gobernante.
-Entre sus colegas gozaba de una alta reputación; era considerado un hombre que honraba el gremio con “la honestidad de su pensamiento y la valentía de la palabra” y de “gran valor intelectual y moral“, así lo habían expresado en varios artículos donde condenaban la arbitraria medida de su prisión, a la vez que pedían por su libertad.
-Como todos los días, ese jueves 14 de Febrero de 1918 llegó temprano a las oficinas de la revista, ubicadas en la calle Chacabuco N° 151 entre las de Yrigoyen y Alsina, del antiguo barrio de Montserrat; el jefe de redacción lo esperaba con un encargo especial del propio Director Sr. Carlos Correa Luna. Debía llegarse hasta Bragado a relevar “In Situ”, una sociedad que, si por algo se caracterizaba, era justamente por no pasar desapercibida y aunque desde 1908 había sido declarada ciudad, en la práctica no dejaba de ser pequeña en relación a la diversidad y la magnitud de los hechos.
-La dirección consideraba de vital importancia el testimonio de vecinos, autoridades y fuerza vivas, particularmente debía visitar a un viejo amigo y colega de Correa Luna, Juan Caldiz, director de “El Censor”, diario que circulaba desde 1909; su titular tiempo atrás también había sido víctima de la intolerancia viéndose obligado a usar su arma para defenderse de las agresiones de un militar.-
Llamaban la atención los sucesos que parecían confrontar entre sí, la imagen de verdaderas batallas libradas entre el bien y el mal pintaban el paisaje de una teodicea campera. El fastuoso teatro y presentaciones culturales de renombre chocaban con los reportes policiales nutridos de crímenes, estafas, asaltos, falsificaciones, robos, etc.
-Las regias construcciones de estilo europeo finamente ornamentadas contrastaban con los míseros ranchos de patios sin fin o solo separados por cañas de tacuara o algún zanjón que se inundaban con cada crecida de la laguna. Y la lista podía continuar, pero para que seguir conjeturando si antes que terminara la jornada, el corresponsal tendría la verdad frente a sus ojos.
Tiene un tren directo a Bragado esta tarde que parte de la estación Once a las 14,50 Hs. agregó el Jefe, vaya a preparar sus cosas y el lunes lo espero con el artículo. Ahí nomas regreso a su casa o mejor dicho a la de su madre con donde vivía y quien tanto había sufrido en su detención; armó prontamente la valija de cartón marrón, tomó su portafolio y besando a su viejita, se despidió hasta el sábado o domingo que pudiera regresar.
-El tren partió con exactitud haciendo gala de su puntualidad inglesa, cuyo cronograma de horarios fijaba la llegada a Bragado para las 20,15 horas. La formación se deslizó sólida, segura sobre el camino de hierro que paulatinamente se internaba en el paisaje cada vez mas despoblado de la llanura. En los primeros kilómetros el periodista observaba con atención el movimiento de la gente que bajaba en cada pueblo, luego la monotonía de la ruralidad hizo mella a pesar de los duros asientos de madera y el golpetear de la vía le trampeó una siesta. Lo sobresaltó una prolongada pitada que el maquinista vaya a saber por qué circunstancia le otorgó a la nueva parada; de apuro se acercó a la ventanilla en busca del cartel, al instante que el Guarda anunciaba a viva voz: ¡Estación Vaccarezza!
-La tranquilidad volvió a su cuerpo, acomodó la valija cerca del portafolio, palpó la corrección de su moño, el cuello de la camisa y se acicaló el sombrero. Bragado estaba cerca.
-Cuando el tren frenó en la Estación bajaron pocas personas, rápido despacho para el Jefe que lo esperaba en el andén de uniforme azul y gorra adornada con laureles. Los pasajeros se perdieron cruzando las vías y otros la plaza Alsina; al bajar los escalones del edificio vio en la calle a un paisano que en un sulky con capota, cargaba el equipaje de quien parecía ser el patrón. Aprovechó para interrogarlo por algún hotel cercano: “camine dos cuadras por Pellegrini, ahí está “Nebia”; no es caro, además la comida es buena y abundante. Mientras rodeaba la plaza vio al cuidador barrer el palco, esa noche como todos los jueves, tocaba la Banda de Arribalzaga.
-Le asignaron una habitación a la calle Necochea; no quería perder tiempo se dio una ducha y pronto estaba en el bar buscando confraternizar con los parroquianos. Luego pasó al comedor de segunda y finalmente volvió a la plaza, donde la noche veraniega aportaba lo suyo para que las familias se congregaran en torno a la banda mientras la música llenaba lo espacios y el corazón.
-A la mañana siguiente desayunó temprano, aprovecho la cordialidad de Nebia para que le contratara un coche de alquiler en pos de una recorrida por la tarde. Salió caminando hacia la plaza 25 de Mayo por el boulevard Independencia (Hoy Pellegrini); se paró a mirar el edificio de la Asociación Española y una cuadra más adelante el de la homónima Francesa. -En torno a la plaza, las fachadas de los flamantes edificios del teatro Constantino y la Escuela N° 1 le consumieron un tiempo sin tiempo. -Ingresó a la casa municipal y conversó con varios vecinos que se hallaban sentados a la sombra de los tilos en los bancos de la plaza. Entró a la Iglesia; recorrió la calle Mitre observando las vidriera de la armería de Garri y la Casa Etchepare.
El reloj de la Parroquia marcó las 11 y el particular sonar de la campana le recordaron que debía visitar a Juan Caldiz; volvió sus pasos buscando las oficinas de El Censor, en Pellegrini N° 1127. La charla fue amena, de aquel encuentro surgieron respuestas, el grabado que acompaño y una amistad para siempre.
-La tarde fue especial, un charret lo pasó a buscar y llevó hasta la laguna; el cochero se encargó de informarle que ahí se pescaba el mejor pejerrey de la zona; recorrió “el bajo” y tuvo un encuentro con quien definió como “la gente generosa del barrio”. Entre ellas, dos ancianas fundadoras y algunas de sus hijas. Caía el sol cuando regresó al hotel, la noche se le hizo corta, el tren de regreso a Capital pasaba por Bragado a las 4 de la mañana. En su mente se tejían las frases y se pulía el artículo que en pocos días publicaría la revista; texto que en parte he copiado dejando para la posteridad una pintura escrita de aquel Bragado heterogéneo, cultural y bravío.
-“El pago es uno, tal vez, el más bravo de las campañas, tiene menta. Ocurre un fenómeno psicológico en sus hijos. Sobre las superficies afinadas y ramas truncas por el surco y el corte civilizador, queda vivo el fondo macho y crudo, del antiguo genio arremetedor y contrincante. Es la sangre que rige. Todo conocimiento adquirido en los roces instructivos, se anula y ciega ante una palabra o una acción contradictoria. El orillerismo, avigorado por la rudeza de la gran campaña, con su peso abrumante de corajes en pugna perpetua, absorbe el núcleo urbano, pequeño, impotente, para depurarse de la atmósfera febrilizada de pólvora y relumbre de ánimos. Las peleas son el acontecimiento primordial que se comentan sempiternas, tejen y destejen, como una tela publica de Penélope campal. Cuando un peleador llega a la categoría de muy hombre, es un héroe, un benemérito, se le rinde pleitesía. Y el ejemplo es aureola funesta, cautiva las voluntades jóvenes, asequibles, por sensibilidad flamante de temperamento. Y complica la tiránica ley de sangre, periodistas, militares, niños bien, hijos de estancieros, y alguna que otra mujer, – maestra criolla – como la Barbucha, que planea por gala los cuchilleros novicios. La corriente patrimonial arrastra caudal… Quién sabe si el silencio, la soledad que reina en el día, incuba, para dirimir por las noches, en las cavilaciones sin pensamiento de la gente peleadora, esas tramas fatales que dan con media mitad del pueblo en la cárcel y media mitad en el cementerio. La estadística policial ha marcado normalmente hasta cinco homicidios en una semana. Los tiros en las noches y los dobles de las campanas, ponen en las fases pobres de los arrabales, extraños gestos de sobresalto y resignación. Un vínculo trágico de fortines impera y castiga. Parece que la arena acolchada de las calles y la botella de alcohol sucia de los boliches, apoderan designios mortales. ¡A! la arena de las calles inhala fatal sed de sangre! Y no es que el Bragado sea una aldea anacrónica. Oficialmente hace tiempo se le declaro ciudad. De sus valiosos adelantos materiales y morales, se verá una prueba en las notas gráficas que ilustran estas páginas. Pero le arresta al progreso la corriente patrimonial, los diques de cultura, solo facultable a pocos, dado el computo étnico del partido”. Felizmente sobre la neuropatía crónica, el enlace áspero de rencores y vanidades han florecido por muy arriba de mentalidades y aptitudes. El Bragado cuenta entre sus hijos con artistas, poetas, maestros, médicos. La tribu de Coliqueo ha dado un abate y el corazón del suburbio un anarquista. El tenor Florencio Constantino fue en el pueblo una maquinista de trilladora y cantaor de romerías. El poeta y orador Felipe Torcuato Blak, tuvo también él, origen honesto de monitor- Apunta el privilegio de una poetiza… Muchos además son los que lo honran con su buena voluntad de amor al prójimo.”