Diego Peralta, el joven que fue secuestrado y asesinado cuando iba a la escuela en remís

El caso ocurrió entre julio y agosto de 2002 en El Jagüel. Los captores lo mataron pero igualmente cobraron un rescate. Fueron condenados a reclusión perpetua.

Diego Peralta tenía una vida por delante. Sueños, sonrisas por regalar, ganas de progresar. Pero todo quedó trunco en pocos días, y a sus 17 años encontró la muerte en las manos de un grupo de aborrecibles captores. Su caso, que comenzó el 5 de julio de 2002 en El Jagüel, conmovió a todo a la opinión pública y se dio en el contexto de una serie de secuestros que sacudieron al país por esos tiempos.
Esa mañana de invierno Diego salió de su casa en remís al colegio al que asistía en el partido de Esteban Echeverría. Tal vez pensando en el poder adquisitivo de los padres que trabajaban con camiones para la empresa Quilmes, los secuestradores vieron en el joven una oportunidad y lo llevaron a una casa de la localidad de Plátanos, en Berazategui.

Allí, lo doparon con tranquilizantes y pidieron 200 mil dólares de rescate, ya que tenían el dato erróneo de que el padre de la víctima, Luis Peralta, guardaba esos billetes en su casa. Una cifra exorbitante, sin duda, para un simple comerciante y en la salida de la crisis de 2001.
Las siguientes horas fueron de tensión y una ardua negociación. La banda de delincuentes pensaba que la familia no quería pagar pese a tener el dinero. Los padres, en tanto, intentaban demostrar que no llegaban ni por casualidad a los valores que se les exigía. En un momento se bajó el pedido a $ 50.000 y se terminó pagando $ 9.000 y US$ 2.000. La suma fue producto de la colaboración de amigos y familiares cercanos a la víctima.
Según confesó después uno de los captores, Marcelo «Chelo» Cejas, al tercer día de cautiverio la banda mató a Diego porque creían que su padre no quería pagar y temían que el joven les hubiera visto las caras. Gracias al testimonio de este delincuente, se logró llegar a una condena y a conocer todo lo que pasó en esos días.
Al muchacho lo asesinaron y arrojaron a una tosquera de Ezpeleta atado a un riel. Antes le dieron pastillas tranquilizantes, para que no sufra. Al llegar al borde de la tosquera, le arrancaron el crucifijo que llevaba en el cuello y le clavaron un cuchillo por la espalda en tres oportunidades, para después degollarlo con siete incisiones. Su cuerpo recién fue hallado el 12 de agosto de 2002.

Días desesperantes
Durante los 38 días que no se supo nada de Diego, los padres dormían vestidos, a la espera de que suene el teléfono y rodeado de efectivos de la Policía que participaban del operativo. Las negociaciones seguían pese a que lo habían matado pocos días después de haberlo capturado.
Al aparecer el cuerpo flotando en la tosquera, vecinos y allegados incendiaron la comisaría de El Jagüel, y mantuvieron una batalla con efectivos policiales, varios de los cuales resultaron heridos. A efectivos de la Bonaerense, cuyo jefe como ministro de Seguridad era Juan Pablo Cafiero, se los acusaba de cómplices del hecho.
El enojo de la gente fue creciendo hora tras hora y hacia la medianoche de ese 12 de agosto, algunos jóvenes aprovecharon el momento para saquear comercios. Indignada, la turba también quemó un auto, lanzó objetos contra la comisaría e impidió durante un largo rato que los bomberos llegaran hasta la seccional. Uno de los efectivos, que recibió una herida en un ojo, se descontroló y comenzó a disparar su escopeta al aire. La fortuna hizo que no hubiese víctimas en ese reclamo.
En una primera instancia, la Justicia llevó a tribunales a Marcelo Cejas, Julio César Rotela, Rosa Pistillo, Enrique Báez y David Pereyra. Todos fueron condenados a reclusión perpetua. Mientras que Lauro Shimabukuro recibió diez años, José Pablo García cinco y el remisero que llevaba al chico a su colegio fue absuelto.
En un segundo juicio, Carlos Ramón «Pipi» Garzón, integrante de la banda (estuvo prófugo dos años y fue detenido en Paraguay) recibió una pena de 29 años de prisión. En ese proceso, Rotella, Pereyra, Pistillo y Báez recibieron una nueva condena a ocho años, esta vez por el robo de un Volkswagen Senda rojo que fue utilizado en el secuestro de Peralta y luego incendiado para borrar pruebas. Shimabukuro recibió una pena de seis años de prisión por ese robo, mientras que Cejas tuvo una sanción menor, de tres años.

Un año complejo
Los secuestros extorsivos irrumpieron en la escena con la crisis social y económica de 2001. El caso de Diego Peralta fue uno de los que más impacto generó, pero ese 2002 fue complejo. Estadísticas oficiales indicaron que se registraron 135, de los cuales 81 fueron esclarecidos. Por estos hechos la Policía detuvo a 130 sospechosos.
Tres de ellos tuvieron a un familiar de un famoso implicado. El 3 de abril de 2002, Cristian Riquelme, entonces jugador de Platense y hermano de Juan Román Riquelme, fue secuestrado cuando estaba en la puerta de la casa de un amigo. Fue liberado frente a una plaza de Ramos Mejía, luego de permanecer 29 horas en manos de los delincuentes.
El 30 de agosto de 2002 fue liberado Jorge Milito, papá de los entonces jugadores de Racing e Independiente Diego y Gabriel. El hombre había sido secuestrado dos días antes en la esquina de su casa, en el barrio La Cañada, de Bernal. Mientras que el padre del actor Pablo Echarri fue secuestrado durante una semana en octubre de 2002, cuando atendía su puesto de diarios y revistas en el partido bonaerense de Avellaneda.
Fuente:(DIB) FD

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