El “Viejito de la Plaza”

Por G. Noal

De chico soñaba con tener un gran trabajo, una oficina importante, pero la vida te va dando lo que sos capaz de conseguir, no más. Y aquí estoy, soy gestor. Si bien no es lo que me imaginaba, al menos mi tarea cotidiana sirve para que otros ciudadanos no tengan que luchar con los infinitos trámites que las autoridades de distintas áreas imaginan para mantener entretenido a los seres humanos que habitamos este maravilloso País.
En mi diario trajinar, siempre saludo a un viejito que suele estar sentado en un banco de la plaza, frente a la municipalidad. Me da curiosidad la atención con que mira a todos, como si en esa mirada intentara descubrir la vida oculta de cada uno de los transeúntes e invariablemente, me prometo que algún día de estos me sentaré con él para conocerlo un poco mejor, pero también invariablemente, siempre voy apurado y la intención va quedando para otro día. Día que llegó hoy, ya que, al pasar y saludarlo, él me dijo: _Siempre apurado Usted, ¿eh? Mire que la vida se va igual, aunque nosotros corramos para escaparle a la muerte.
Detenerme fue casi una obligación, un llamado del alma. Era el momento de conocer un poco mejor a ese hombre. _Tiene razón, le dije, y me senté a su lado. _Calor, ¿eh? Fue lo único que se me ocurrió decirle para iniciar la charla.
_Y… estamos en enero, me dijo con una expresión que de alguna forma me avergonzó, pero él inmediatamente tomó la iniciativa, aprovechó el tema y continuó… y como cada enero, o mejor dicho cada verano, se nota la falta de agua y ahora le hemos sumado la calidad de la misma, que según escuché por ahí, no sirve para el consumo humano. Es que el pueblo ha crecido mucho y el abastecimiento de agua sigue igual que en los años ochenta. ¿O Usted escuchó que la empresa que nos vende el servicio haya hecho alguna inversión? Nada.
Mientras hablaba, notaba en sus ojos la resignación propia de aquellos que han trabajado buscando un ideal y que la vida se ha encargado de pegarles fuerte para que no lo consigan.
_Encima mes a mes el valor de esas boletitas que le tiran por debajo de la puerta aumenta y aumenta, pero el servicio es peor.
Las palabras salían de su boca con la seguridad de alguien que ha vivido intensamente sus días.
Traté de sacarlo del tema, pero continuó _y cuando le hablo de los años ochenta, es porque ahí retomamos la vida en democracia, pero cada uno de los políticos que gobernaron solo se ocuparon de estar mejor ellos y abandonaron todo lo que le hacía falta a la población. Todos están en deuda con nosotros.
No había forma de calmarlo. Por un momento pensé que le iba a dar un ataque. De pronto tomó aire y más calmo me dijo: _No me haga mucho caso. Siento mucha bronca porque a mi edad me resulta difícil creer que llegaré a ver un país ordenado y floreciente.
Con la promesa de volver en algún momento a continuar la charla, retomé mi camino, pensando cuánta razón tenía. ¿Llegaremos los argentinos a ver algún día un País ordenado y floreciente?
Hasta la próxima.

Comentarios
Compartir en: