Lo que el Flaco nos dejó
Gustavo Grosso
Hace un poco más de un mes murió Roberto Dematteis. Se fue cuando la estrella se acercaba luminosa al pesebre navideño. Se fue dando pinceladas a su aldea, con su estilo imperdurable, hasta el último de sus días. En todos sus años, nunca hizo otro intento más que el de decir a Bragado, mostrarlo, contar como son su gente, sus calles, su universo. Algunos/algunas, sabrán interpretar su legado, atesorarán su enseñanza, capitalizarán el decir y el sentir de la música de los dedos de Roberto.
Dante Panzeri -por quién Dematteis sentía una gran admiración- decía que «hay que hacer pensar al público, aunque los canales de televisión digan que no es esa nuestra misión», en relación al oficio del cronista. En tiempos tan distópicos, en los que desde algún sector del periodismo -o algunos que creen estar cubriendo ese espacio- se opta por la banalización del discurso, la violencia verbal y el exceso de impunidad que otorgan las redes sociales digitales, el legado de Roberto nos habla de una trinchera de pensamiento.
Para muchos, el oficio de periodista es el mejor oficio del mundo. Tener algo para contar, y contarlo. Tener algo para decir, y decirlo. Querer que el otro sepa, y escribirlo con la mejor de las intenciones para que el otro lo sepa. El Flaco iba, miraba, volvía a la redacción de La Voz de Bragado, y lo contaba. Antes, había anotado en alguna libretita los detalles, los textuales, los datos más importantes. Y los contaba, si es que consideraba que era importante contarlo. Y no lo decía, si creía que era importante no decirlo. Ser periodista también es sostener la ética, el respeto, la responsabilidad de contar hasta diez. Nunca en la palabra o en la voz de Dematteis, el recurso del insulto o del desprecio. Nunca la avaricia de querer la primicia, cuando la primicia no es más que un título sin trascendencia en el tiempo. Roberto sabía que se puede vencer yendo a contramano de algunas urgencias, que contar historias es el cimiento del sentido común, que la verdad determina el rumbo de la historia. Roberto sabía quién era, pero también sabía quién era el otro.
Una cantidad aprendió de Roberto. Algunos/algunas, supieron ver más allá del mirar, pudieron escuchar además de oír. Porque Roberto intentaba todo el tiempo mostrar que el periodismo es una gran llave, un anzuelo para involucrar(se) con las historias, con contar las historias. El Flaco se esforzó durante décadas en buscar. Y dejó en algún cajoncito una selección de pasiones encontradas, que no siempre son ubicables, que no siempre están al primer vistazo, que suelen no ser vistas hasta que se elige mirar. Roberto sabía cómo contarlo. Es honra de los que siguen su derrotero. Saber cómo seguir contando. En tiempos tan disruptivos, la figura de Roberto seguirá siendo una guía donde buscar la verdad, donde intentar resguardar la independencia y donde copiar el ejemplo frente al tratamiento honesto de la información. Se cumplió un mes sin el Flaco Dematteis, pero el inevitable transcurrir del tiempo no detendrá la amplitud de su figura y de su compromiso.
-Nota al pie: la calle 12 de octubre -donde vivió Roberto- lleva su nombre en conmemoración a una fecha al menos cuestionable. Para muchos, la llegada a Colón al continente americano significó el comienzo de la expulsión de los pueblos indígenas de sus tierras y el despojo de su origen. Quizás, en un acto celebratorio a la obra, el compromiso social, la disciplina y el ser buena gente de Roberto Dematteis. La calle que cruza buena parte de la ciudad de Bragado, debería llevar su nombre.