-Por Sergio Elguezábal

Los servicios ambientales que ofrece la naturaleza del continente americano generan las mayores contribuciones para la calidad de vida de las personas. No hay otro lugar en el mundo con ecosistemas tan generosos, capaces de proporcionar alimentos, medicinas, aire y agua suficientes y de calidad, energía y territorios aptos para producir y habitar. De Polo Norte a Polo Sur, la diversidad cultural y los saberes de los pueblos originarios también son parte indisoluble de ese capital.
Sin embargo, la deficiente administración del patrimonio natural y las arbitrariedades detectadas en el sistema productivo muestran que, en muchos casos, se dilapida el mayor bien con el que podríamos contar. Las conclusiones figuran en el último informe científico publicado por la plataforma intergubernamental independiente sobre biodiversidad y servicios de ecosistemas (IPBES, por su sigla en Inglés) conformada por más de 134 estados.

La agricultura intensiva y el cambio climático son los factores determinantes que afectan a toda América. Ocurre en Argentina y Brasil pero también en Canadá y Estados Unidos.
La intensificación de la agricultura, el drenaje y la conversión de humedales; la urbanización y otras infraestructuras desacopladas del ambiente y la extracción de recursos (el informe menciona especialmente la inconveniencia de seguir produciendo combustibles fósiles) son las mayores amenazas directas a las contribuciones que la naturaleza podría ofrecer a las personas.
En su evaluación regional para las Américas, el IPBES señala que la gigantesca lengua que recorre el globo de punta a punta, habitada por solo el 13% de la población mundial, posee el 40% de la capacidad de los ecosistemas globales para producir aquello que consume la humanidad. Es decir, en el espacio donde vivimos, la naturaleza provee el triple de recursos por persona comparado con el promedio mundial.
Pero entonces, si tenemos tanto, ¿por qué no podemos asegurar una vida digna para la mayoría de las personas?
Dice el informe: “La mayoría de los países de las Américas utilizan la naturaleza de modo más intensivo que el promedio mundial y exceden la capacidad de la naturaleza de renovar sus contribuciones a la calidad de vida.” Las razones son variadas, escojo tres aspectos citados en el trabajo y con los que convivimos a diario:
-La producción agrícola intensiva generó desequilibrios en los nutrientes e introdujo residuos de plaguicidas y otros agroquímicos en los ecosistemas.
-Las Américas son ricas en recursos de agua dulce; sin embargo, el suministro es inequitativo y se observa la falta de obras en la distribución del agua y el tratamiento de desechos (cloacas).
-Los cambios en el uso de la tierra, provocados en particular por la deforestación, la minería y los embalses, generan enfermedades infecciosas para las personas y la aparición de nuevos patógenos. Las diarreas causadas por aguas contaminadas y saneamiento deficiente ocasionan anualmente la muerte de más de 8.000 niños menores de cinco años.
La conjunción de los estragos empieza a romper el equilibrio. Cerca de una cuarta parte de las 14.000 especies evaluadas en las Américas fueron clasificadas en alto riesgo de extinción. De los grupos de especies endémicas (aquellas que solo pueden reproducirse en una determinada región) también se encuentran en una situación de peligro.

Pero, ¿qué tienen en común estos 35 países que conforman las Américas, en apariencia tan disímiles? ¿En qué se parecen los del Norte (Canadá, Estados Unidos) con los del Centro.

(México, Belice, El Salvador) o con los del Sur, (Argentina, Uruguay, Brasil y todos nuestros vecinos)? En primer lugar, la subordinación del entorno a la economía y, como consecuencia directa, las desigualdades presentes en la distribución de los beneficios de todo aquello que nos proporciona la naturaleza. Nos equipara una condición afiebrada en busca de reproducir el capital insustancial.
Son conversaciones incómodas pero necesarias. Lo que sabemos es que “el camino hacia el progreso” que estamos transitando no tiene salida. Las evidencias que muestra el reciente trabajo representan una defraudación sin precedentes. La malversación de los bienes comunes durante casi 100 años es el defalco global más grande del que la humanidad tenga conocimiento. Hemos trabajado de modo entusiasta para fortalecer infraestructuras que nos alejaron de la naturaleza: mucha energía e inversión en puentes, edificios, aeropuertos y carreteras. Casi nada en resguardar lo básico para la vida: conservar el agua, la diversidad de especies, la riqueza del suelo y la calidad del aire que respiramos. La dilapidación del patrimonio que nos ha sido dado pareciera ser fruto de un gran malentendido de época: creer que se producen mayores bienes destruyendo los existentes. Es una ecuación extravagante e insostenible. En eso también nos parecemos entre países: una mirada obtusa y sesgada que nos alejó de la vida para situarnos en un plan impersonal, casi de autómatas, en busca de consumo y “libertad”. Porque también malversamos las palabras. Ser “libres”, en algunos contextos, suele ser sinónimo de impunidad. Aquella vieja idea de “el que tiene plata hace lo que quiere…” Una noción de libertad rudimentaria que no contempla las obligaciones presentes ni el compromiso con las futuras y que se aleja de la cooperación extrema que necesitaremos para subsistir.
La distorsión tan evidente que hemos producido en nuestro pensamiento y acción nos lleva al precipicio. Lo primero que hace falta es dejar de reproducir esquemas de pensamiento que repliquen modelos que claramente no resultan sustentables.
El desbarajuste en la organización humana es tal que no hay un plan de repuesto para poner a funcionar mañana. Menos, uno que responda a la lógica de pensamiento actual. Es clave ejercitarnos en el pensamiento disruptivo, desligado de todo lo que nos está haciendo mal. Será indispensable regenerar. Regenerar nuestras cabezas, posiblemente también nuestros corazones, los vínculos que forjamos entre nosotros y con el entorno y, finalmente, agradecer la posibilidad que tenemos de pensar y hacer, de rectificar y reparar. Les dejo un poco de esperanza por acá. El fragmento también figura en el informe y es un enfoque que solemos despreciar:
“Los principales sistemas de conocimientos indígenas y locales de la región han demostrado su capacidad para proteger y gestionar sus territorios en el marco de un conjunto de valores, tecnologías y prácticas sostenibles, respetuosas de la naturaleza, incluso en un mundo globalizado.”

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