Los pibes del Barrio
-Por Alejandro “Pata” Echave
Hace unos días cumplió años mi primer y gran amiguito Rubén Néstor, a quien conozco desde los cero años. Apenas nos llevamos unos días de diferencia y a los pocos meses de nacer ya andábamos rompiendo las bolas en el barrio. Y me mandó un par de fotos… ”mirá, del baúl de Martita…”.
Queloparió….Se nos fueron las últimas heroínas del barrio, Martita y la Tere en poquito tiempo.
El barrio. Esa “T” que conformaban la calle Falcón (para mí siempre será la Falcón, por más Roca que le pongan), entre Rivadavia y Remedios de Escalada y el palito de la “T” formado por la General Paz.
Barrio que lo tenía todo. Se podrían haber organizado olimpíadas ahí.
El estadio municipal “LodeBanfi”, con un campo de juego donde los límites laterales eran el cordón de la vereda y obviamente la pared altísima, fundamental para que la pelota no se fuera hacia el terreno, cuando el mega portón de chapa acanalada ya estaba cerrado. Cosa loca… jamás nos prohibieron jugar un fulbito ahí, a pesar del quilombo que hacíamos.
Tremendo partidos se armaban. Arco libre, 5 contra cinco, de duración imprevista, hasta que se hacía de noche, porque la luz de la calle no era muy generosa, luego del infaltable “gol gana”.
El circuito ciclístico, donde se practicaban las “seguidillas” desafiando todo tipo de obstáculos, incluyendo perros, gatos y vecinos que gritaban a la pasada “vayan por la calle, manga de vagos!!”.
El autódromo, con la pista que era ni más ni menos que el cordón de la vereda donde se corrían campeonatos con autitos que tardábamos semanas en armar. Chasis de plástico de una dureza suficiente para no deformarse pero no quebrarse o romperse en una caída o inevitable choque. Masilla o plastilina para contrapeso, ruedas dobles no valían, patonas sí.
El Ovalo de la esquina de Ortega, donde se jugaba a la bolita (sugiero leer la historia “rodillas gastadas” que alguna vez escribí), donde podíamos pasar del éxtasis al llanto en cuestión de minutos. La bolita, aún más que el fútbol, era un juego para vivos. El más rápido en inventar una regla relámpago creíble, en segundos, era ganador seguro. El grito de “buena pa mí, mala pa usted”, porque en la bolita al contrincante se lo trataba de Usted, es de una creatividad maléfica insuperable. Pero nadie lo discutía. Otros como “todo limpio o todo sucio” o “con lejos y sin lejos” son de menor calidad literaria pero muy valiosos. Se cuenta que uno de los pibes había entrenado al perro para que frenara su bolita lo más cerca del opi (u ollo) posible, y al grito de “sin lejos” se aseguraba una chanta segura.
El riachuelo que comenzaba en la mitad de la cuadra y finalizaba en las cataratas de Falcón (pocos saben que debajo de la Falcón desagotan gran cantidad de bocas de tormenta que desembocan allá cerca de la Terminal y finalmente en el puente Blanco. Pues bien, allí se corrían las regatas más difíciles que las del Riopla, bajo lluvia y viento, con barquitos de papel, lo suficientemente fuertes como para no desarmarse en el intento.
El polo gastronómico lo integraban las casas de la Abuela Felisa, los Abuelos Bagattin y el bastión de los Echave, donde siempre había algo rico para comer y sino se inventaba. Como en las tardes de lluvia donde no podían faltar los panqueques y partidos de canasta.
Las escondidas eran épicas. Doy fe que llegaron a durar más de un día, ya que había lugares imposibles de descubrir y ante el llamado para ir a cenar, todos se iban, dejando, de acuerdo a los códigos establecidos, salir a los escondidos sin que nadie los vea.
Varios garajes o umbrales oficiaron de primeros emprendimientos comerciales tales como el “Canje de Revistas” y otros menesteres que nos hicieron conocer el valor del dinero bien ganado.
Ese barrio tenía algo mágico. Éramos locales algunos y otros venían porque allí vivían sus abuelos, algún tío o porque simplemente venían.
Mención final para el boliche bailable. El patio de los Abuelos Bagattin fue escenario de los primeros asaltos, gaseosas los pibes, dulces las chicas, los primeros lentos y hasta los primeros besos robados.
Rubén, Marcelo y Marisol Bagattín, Jorgito Soto, el Negrito Gutiérrez, Panchito Alonso, los pibes de Bensi, Lili Fenoy, el Chori y Gabi Salgado, Lili Bernasconi, Cecilia y María Rosa Contartese, Marcelo y Cecilia Silva, Teresita Ottaviano, mi hermana María Elena y yo, el Pata, éramos los pibes del barrio y lo seguiremos siendo eternamente. Se sumaron muchos de otros barrios tal vez por esa magia que tenía “la Falcón”. Magia que evitó que mi vieja casa sea demolida y hoy siga siendo aquel bastión de los Echave, de la mano de «Corinita» que llegó al barrio y a la familia 15 años después.
Créanme, éramos tan felices que ni nos dábamos cuenta.
Salud!!