-Por Gonzalo Ciparelli

Cuando se escribe un pensamiento o idea, además de buscar generarse bienestar uno, se intenta lograr que aquel que desee leerlo se sienta identificado parcial o totalmente. Y si de emociones se trata, a todos los seres humanos nos recorren las mismas, es lo que en parte, nos diferencia con el resto de los animales, y que a estas emociones las podemos, si uno se lo propone, pensar y comprender. Esto claramente tiene su lado positivo y su lado negativo. Lo negativo es que en cierto grado, todos tenemos orgullo, algunos más, otros menos, y quizás tenga que ver con esa parte nuestra la cual nos cuesta renunciar, pero que entendemos es necesaria para lograr ser mejores personas.

Es que, la renuncia al orgullo es aceptar, a mi entender, que no nacemos con él, sino que lo adquirimos durante nuestra vida; por lo tanto es posible eliminarlo y aprender. En cuantas ocasiones hemos escuchado, hasta de nosotros mismos decir: y bueno! yo soy así y punto, buscando así justificar el orgullo, y aunque esto genere angustia, nos aferramos a eso.
-El ser humano tiene la capacidad de razonar y con esto, lograr modificar conductas dentro de él, si profundamente se lo propone. El fin del orgullo, es aceptar que no siempre se tiene la razón y aunque parezca tan simple, en ocasiones lo negamos para no sentirnos vulnerables.
Pero quizás, confundimos vulnerabilidad con debilidad y aparece el miedo a que alguien nos cause daño. Quién logra renunciar al orgullo, es fuerte, mientras quien lo niega, quizás es débil ya que actúa estando a la defensiva, sin lograr sentirse seguro de sí mismo.

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