Parroquia San Martín de Porres
Caminos de Dios…

-Por Pbro. Gustavo E. Sosa

Una de las expresiones de la capacidad intelectual humana es emitir juicios. Lo hacemos a diario para afirmar la manera como vemos la realidad. Pero hay un tipo de juicio más complejo cuando los juicios son de valor; es decir, cuando dan por cierta una apreciación subjetiva.
-Cuando decimos: “Es de día” apenas hacemos un juicio de hecho, pero cuando decimos: “Es un día hermoso” o por el contrario, “es un día horrible” ya estamos haciendo un juicio de valor.
-El Evangelio de hoy no nos dice nada respecto a juicios de hecho, pero nos advierte acerca de nuestros juicios de valor que son ordinariamente los que nos comprometen y determinan nuestra forma libre de actuar. –

-Creamos realidad con nuestros juicios de valor como Dios en la creación cuando dice en el Génesis que juzgó que todo era muy bueno. Cuando decimos a alguien: eres mi amigo (o eres mi enemigo) estamos creando una nueva realidad, así sea subjetiva, pero terminamos obrando en consecuencia con dicho juicio.
Se suele decir que una imagen vale más que mil palabras y el Evangelio de hoy nos presenta una imagen viva y casi cómica de la manera como nos vemos y como vemos a los demás. La paja en el ojo ajeno y la viga en el propio son de una desproporción humorística. Esta exageración tiene un valor pedagógico pues hace que la recordemos más fácilmente. Nos invita a revisar la propia visión para evitar ser ciegos guiando a otros ciegos. Si los maestros tienen su visión sesgada, el alumno fácilmente asume igual sesgo.
La caricatura de la paja en el ojo ajeno y la viga en el propio, nos advierte de la prudencia necesaria en los juicios de valor sobre los demás. ¿Vemos lo suficientemente claro para criticar a otros?
La paja y la viga pueden bien ser una imagen de lo que la psicología llama la “proyección”, que se presenta cuando la persona sabe que hay algo malo en sí mismo y trata de evitarlo acusando a otro de tenerlo. En lenguaje del refranero popular: “Cree el ladrón que todos son de su condición”.
En el judaísmo y el cristianismo se invita, por el contrario, a que sea la persona misma quien confiese su falta. Así dice el libro de los Proverbios: “El que encubre sus pecados no prosperará, pero el que los confiesa y los abandona hallará misericordia” (Prov. 28:13).
En la fiesta del Yom-kippur o perdón nacional, todo el pueblo confesaba sus faltas.
En tiempos de Jesús, el “gran inquisidor” era el código extraído de la Torá. Se habían desglosado 613 mandatos (248 positivos “haz” y 365 negativos “no hagas”) que terminaban oscureciendo el mandato principal de tratar con misericordia a la viuda, el huérfano y el extranjero. Las normas para el culto eran excesivas y terminaban en el ritualismo, por lo cual Jesús recoge la crítica de los profetas para expresar: “vaya y aprendan qué significa aquello de: quiero misericordia, no sacrificio” (Mt 9:13).
Como expresaba santa Teresa de Lisieux: “La caridad perfecta consiste en soportar los defectos de los demás, en no escandalizarse de sus debilidades”.
El que pretenda juzgar a otro no se puede tomar a sí mismo como referente, sino algo externo a los dos, como es Jesús y su predicación. Actitud que no resulta siempre fácil, pues la tendencia natural es a hacerse uno mismo el referente. Si creemos en un Dios atento a las necesidades de los demás, para ejercer la misericordia, no es posible una espiritualidad de “ojos cerrados” que no ve más que su propio interior. Por el contrario, la espiritualidad cristiana es de “ojos abiertos” de responsabilidad frente a los demás. El creyente no puede cerrar los ojos al mal ni a las injusticias y juzgarlas; pero le toca luchar contra ellas sin responder con otro mal o con violencia. “No te dejes vencer por el mal; antes bien, vence al mal con el bien” (Rom 12:21). Algo que poco se ha aplicado en la historia de la humanidad que ha buscado acabar con la violencia con más violencia. El llamado básico de Jesús es a la conversión, programa de vida que atañe a todos, incluidos los discípulos. Es el proyecto en el que cabe tanto quien corrige como quien es corregido; abarca la paja y la viga.

(Lucas 6:39-45)

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