– Por Gonzalo Ciparelli

Cuando mi guitarra se llame a silencio y quede colgada de adorno en mi hogar.
Comienza el tema cuya letra de un chacarero cantor resonaba en mis oídos desde chico. Es que, a cierta edad una parte de mi día a día lo destinaba a escuchar folclore y a cerrar los ojos para seguir la letra y así construir la historia de la canción. Sabemos, todo tema no es más que una historia personal cantada con melodías.
La otra parte de mí día a día, la destinaba, gracias a la libertad, a descubrir todas las curiosidades que me perseguían.
Hermosos conceptos que en toda infancia son fundamentales que estén presentes con ciertos límites, claro.
Libertad-curiosidad-imaginación
Doy gracias que mis padres me dieron diariamente, además de otros, el regalo de la música, e inconscientemente, las herramientas para expandir los tres conceptos mencionados.
Cuando mi guitarra se llame a silencio, y quede guardada de adorno en mi hogar. Haciendo hincapié que en ocasiones uno se dedica extremadamente a algo, sabiendo que el tiempo en algo más no lo va a poder ocupar ni recuperar. Y llega el día en que el extremo deja de estar y se hace presente el vacío.
Es inevitable. Una persona que se dedicó a una pasión no es más que un ser humano que decidió una cosa por sobre las otras, y esas otras cosas quedan secundarias, y lo secundario, generalmente, tiende a perderse.
Frente a ese vacío inevitable con el tiempo, uno busca aferrarse a aquellas personas que siempre estuvieron, como si dicho vacío se encontrara de un lado de la balanza y dichas personas en el otro, logrando el necesario equilibrio.
Lo que se pierde de un lado, se gana del otro.
Sepamos siempre elegir quienes decidimos que nos rodeen diariamente, en quienes confiar y a quien destinarle nuestro tiempo. Ya que cuando se acerque lo inevitable, son los que vamos a encontrar a nuestro lado incondicionalmente.

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