Se cumplen 40 años de la Guerra de Malvinas

-Dialogamos con José “Richard” Arrigoni, sobre los sucesos vividos

José, con tan solo 18 años, hizo el Servicio Militar obligatorio. Se incorporó en la quinta tanda, ya que se encontraba quebrado por una lesión que se hizo jugando a la pelota. Ese día, fue revisado por los médicos, los cuales le dijeron que su pierna había sanado bien. Le tocó ir a Puerto Belgrano, por su número, el 922.
Decir que estos jóvenes se encontraban preparados para una guerra como lo fue Malvinas, sería un gran error. Tenían apenas 18 años.
“En marinería éramos 400 y uno solo en la cuadra (un galpón grande que era llamado así) pasaba uno solo y ese te enseñaba a desarmar el fusil, veíamos eso y ahí aprendíamos todos, era imposible hacerlo. Los otros días nos llevaban a prácticas de tiro, eran fusiles muy grandes, pesados, tirabas de un lado y salía para el otro”.
Les hacían observar como armar y desarmar una balsa, algo que no entendían, porque no sabían siquiera su destino, que iban a tener que hacer el servicio militar en un barco. “Hoy puedo contar esto por esa balsa”.
Cuando llegaron los destinos, le toco el crucero General Belgrano. “Se va la quinta tanda de la 61, entramos la quinta tanda de la 62. Nos llevaron caminando desde el campo Sarmiento al barco y cuando miro hacia arriba me encontré con Miguel Bouzas, un bragadense. Me dio mucha alegría ver una cara conocida, al estar tan lejos de casa”.

Al llegar allí e ingresar, les mostraron el barco, el cual media casi dos cuadras “era imposible terminar de conocerlo”.
Arrigoni, menciona haber tenido la “suerte” de conocer Ushuaia, Puerto Madryn, Punta del Este, en una navegación que hicieron para reclutar guardia marina. Al finalizar este recorrido, tuvieron un franco y al regresar, el recibió un llamado de su mama, preguntándole que era de cierto de lo que se hablaba, el al tener muy poca información, le respondió que se quede tranquila que el día domingo regresaba a casa, al cortar el teléfono, lo llama el sucesor y le pregunto porque mentía, el pregunto porque consideraba que estaba mintiendo a lo que le respondieron “para semana santa ya vamos a estar destino a Malvinas”. Llega el viernes 2 de abril del año 82, había llegado su franco, se estaba dirigiendo a buscar el dinero que su familia le había enviado, y escucha por los parlantes que no podían acercarse en un radio de 60 kilómetros porque habían recuperado lo que siempre fue nuestro.
“Me amargué, por no poder venir y a su vez no entendía nada. Nos hicieron vestir a todos con ropa de gala, nos hacen formar y nos comentan lo que había pasado”.
Ahí es donde comenzó todo, la carga de municiones, víveres, asisten a una misa, y un teniente se acerca y les dice “muchos de nosotros no vamos a volver, nos vamos a la guerra”.
Ellos zarparon el día 16 de abril, fueron los últimos en salir.
“Llegamos a Ushuaia y la ciudad estaba sin luz. Todas las municiones que habíamos cargado estaban vencidas. Tuvimos que caminar cargando todo el armamento para cambiarlo”.
Todos aprovechaban a comprar electrodomésticos, bebidas, cigarrillos, allí todo era más barato, pero todo eso se fue con el barco.
El 1ro de mayo, se encontraban esperando el abastecimiento de petróleo al barco, y el radar capto un avión (del cual no sabían su nacionalidad), luego al llegar la noche, se encontraban jugando a las cartas, cuando se acercó un cabo para avisarles que estaban siendo seguidos por un submarino, “se filtró la información y yo se las cuento a ustedes”.
Ya la falta de comida era notoria, y el miedo también. Les mencionaron que a pesar de estar fuera “supuestamente” de la zona de conflicto, no debían despegarse del salvavidas, porque podían ser atacados en cualquier momento. Al pasar el rato, el barco se sacude y escuchan una explosión, al cabo de unos segundos, sucede lo mismo, y ahí es cuando comenzaron a desesperarse, llorar, a gritar, “no sabíamos que nos estaba pasando”. Se quedaron sin luz, empezaron a ver fuego, las cosas volaban, “me iba desmayando y volvía en sí, y esquivaba a las personas que no sabía si estaban desmayadas, muertas o heridas. En un momento me desmayo por completo, quedo boca abajo, y veo la cara de mi mama” Me voy, me voy mamá, dijo, y justo el teniente Ochoa, lo choca, ve que el respiraba, y le dice, “vamos que usted no tiene nada”(a quien años después tuvo la suerte de ver y agradecerle). Al levantarse menciona no saber que le estaba pasando, no sabía si estaba herido, no sabía nada, se encontraba perdido.

Quiso bajar a buscar un salvavidas, porque había perdido el que tenía y no pudo, porque esa zona había sido atacada por un torpedo. Entonces se va para la zona de la balsa que le habían asignado, que era la 49, “cuando llegue ya estaba en el agua, todos se iban tirando, la balsa era un corcho en el mar y yo tenía que embocar al caer”. Cuando se estaba por tirar, la misma se corre, ya estaba por caer al agua, pero como menciona, dios estaba con él. Y encargo de la balsa le dijo, que contaba hasta tres, si no se tiraba, lo dejaban, “cuando dijo dos salte y caí en el medio”, y le dijeron, “te ibas con nosotros o te ibas con el barco”, tenía mucho miedo porque no sabía nadar.
Ahí es cuando empezaron a ver como el barco se hundía, las emociones abundaban, veían cuerpos caer, a sus compañeros y en un momento, el mismo, desapareció.
“Estuvimos 36 horas sin dormir, dándonos calor, sacando el agua con las palmas de las manos, para que no se diera vuelta. El comandante nos hacía cantar”.
A él lo sacaron tercero, al caminar un poco se calló, su sangre no circulaba, le dieron un cambio de ropa, caramelos, un sándwich. Apenas empezaron a tomarles los datos, él lo primero que pregunto es como había salido su club del partido, como había salido boca y quien lo escuchaba, se reía. Y les aconsejaron, que todo lo que habían pasado, lo cuenten, que no se lo guarden, que era la mejor forma de llevar un trauma.
“Yo hice así, lo cuento y la verdad que no me hace mal contarlo, y me hace bien a la vez sacármelo de adentro”.
Al llegar a Ushuaia se encontraron con que los esperaban colectivos con calefacción, los llevaron al hangar, los obligaron a dirigirse al vestuario y les hicieron ponerse ropa de Malvinas. Les dieron comida y lugar para descansar, él esperaba a personas de las que se había hecho muy amigo, pero se encontró con que habían desaparecido, algo realmente triste.
Luego de eso, los llevaron en avión. Él se quedó dormido y lo despertaron avisándole que estaban llegando. La gente los recibía. Después de un largo viaje, pudo llegar a su casa, “la verdad que llegar y darle un beso a mi mama, fue maravilloso”. Fueron días emotivos.
“esta es mi experiencia, si hoy estoy haciendo esta nota, es por tres cosas, Dios, el Teniente Ochoa y no ir a buscar el jarro para tomar mate cocido, sino, hoy no estaría contando esto”.
-Agradecemos a José Ramón por su buena predisposición siempre.

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