Si, en Bragado también existe el germen de la discriminación

El próximo 06 de Febrero el Tribunal Oral compuesto por los jueces María Claudia Castro, Christian Ariel Rabaia y Emiliano Javier Lázzari, será responsable de dar a conocer la sentencia a los ocho rugbiers imputados por el crimen de Fernando Báez Sosa, un hecho que ha conmocionado a toda la comunidad y que nos lleva a preguntarnos qué hace que un grupo de jóvenes llegue a matar a alguien de su edad.

EL PUEBLO QUE DISCRIMINA POR LA MARCA DE LA ZAPATILLA

Herzogenaurach, es un pequeño pueblo de Alemania muy bonito y podríamos decir que es la cuna de lo que hoy entendemos como ropa de vestir deportiva. Pero este pueblo ha sido testigo de una disputa familiar bastante curiosa, al mejor estilo Capuletos y Montescos de la obra Romeo y Julieta de Shakespeare. La historia comienza con dos hermanos Adolf y Rudolf Dashler, los cuales tenían una tienda de calzado deportivo, Adolf confeccionaba y Rudolf era el vendedor. Durante la Segunda Guerra Mundial ambos hermanos discutieron duramente y nunca más volverían a reconciliarse. Cada uno de ellos fundó sus propias empresas las conocidas Adidas y Puma.
Su principal rivalidad estaba centrada sobre todo en el calzado, pero las rencillas entre hermanos pronto se extendieron a los empleados de las fábricas y poco después al pueblo entero. Así crearon una división en la que si pertenecías al bloque de Adidas no podías interactuar con el bloque de Puma. Los habitantes de un lado del pueblo no podían ni ir a un restaurante hotel o panadería del otro lado, ni podían interactuar entre ellos con riesgo de ser castigados por su propio bloque o por sus contrarios.
Ya pasaron muchos años y el pueblo ha asumido esa rivalidad como parte de su folclore, al día de hoy quizás no sea tan seria la disputa y eso, se utilice más como un atractivo turístico. Sin embargo, este ejemplo nos sirve para hablar, por un lado, de una de las bases que rigen la psicología de los grupos y por otro lado también, define la forma con la que nos relacionamos con unos y discriminamos a otros.

EL GRUPO MINIMO COMO GERMEN DE LA DISCRIMINACION

Cabe preguntarnos entonces, ¿cómo es posible que un pueblo viva con una desavenencia de este tipo durante tanto tiempo? ¿Acaso no necesitamos más arraigo cultural o histórico para crear un conflicto? ¿Acaso las zapatillas que llevamos es motivo suficiente para discriminarte? Para comprender todo esto, debemos hablar primero del origen de todo y todo lo que necesitamos saber para explicar cómo cada uno de nosotros formamos o dejamos de formar parte de un grupo.
Una sencilla pregunta nos da pie para reflexionar sobre ello, ¿qué es lo mínimo que necesitamos para considerarnos que estamos dentro de un grupo? Esta fue la pregunta que se realizó Henri Tajfel, un psicólogo social británico, para desarrollar lo que él llamó Paradigma de Grupo Mínimo, con el que quiso contestar a esta misma pregunta. El buscaba definir cuáles eran las condiciones mínimas para que nos identifiquemos con un grupo exclusivo y discriminemos a todos los demás. Una premisa sencilla, pero muy potente para comprender nuestra sociedad y entender las bases de los totalitarismos.
Tajfel tenía la hipótesis de que, si se conseguían crear condiciones donde eliminar todos los componentes discriminativos y la necesidad de competencia por los recursos, se crearía un entorno completamente libre de conflictos. Sin embargo, cuando puso a prueba la misma, quedó muy lejos de la realidad, ya que observó que incluso eliminando cualquier atisbo de elemento discriminador como puede ser la raza, el sexo, la religión, entre otros y en su lugar creaba grupos completamente intrascendentes e incluso elegidos al azar, estos nuevos grupos seguirían favoreciendo a los suyos y discriminando a los otros. Independientemente de lo que hiciese, siempre surgían sesgos grupales.
Para explicar esto, definió la identidad social, según como las personas usan su pertenencia a un grupo para determinar un sentido de identidad. Es decir, me defino como individuo porque estoy dentro de un grupo que me define. Yo soy yo porque existen los demás. Como diría Aristóteles “el hombre es un ser social por naturaleza”. Entonces, si somos sociales por naturaleza y nos organizamos en grupos, al tiempo que vemos que no importa lo que hagamos los grupos van a finalizar discriminando, podríamos preguntarnos ¿somos por naturaleza discriminadores?

UN TSUNAMI DE DISCRIMINACION EN POTENCIA

Bien, quizás esa no sea la pregunta correcta, la pregunta que nos llevaría a un análisis más profundo es ¿cuándo un grupo que discrimina puede llegar a matar? Hay una película que ayuda a entender un poco mejor esta idea y está basada en estos hechos, La Tercera Ola. La misma relata cómo Ron Jones, profesor de historia de un instituto de Estados Unidos, quería hacer comprender a sus alumnos, las razones por las que la población civil de la Alemania de principios de siglo, pudo estar a favor de ciertas ideologías totalitarias.
Fue así que elaboró una actividad de clase, con el problema que no contó con rigor y control científico a la hora de realizarla. De hecho, la actividad se fue de las manos a los pocos días. Sobre la misma podemos decir que el primer día del experimento, dio indicaciones precisas a sus alumnos de dirigirse a él como señor Jones y laboró una lista de reglas disciplinarias sencillas, que los alumnos acataron a la perfección e incluso tuvo muy buen rendimiento en clase. El segundo día indicó que deberían de ir con camisa blanca a clase y les reveló el “señuelo de su proyecto”, les dijo que aquellos ejercicios eran parte de un nuevo movimiento llamado la Tercera Ola y que ellos eran los primeros integrantes.
Desde ese momento se crearon lemas, saludos, insignias y las bases de una disciplina que fuerza mediante le pertenecia a la comunidad, fuerza mediante la acción y fuerza a través del orgullo. Para el tercer día, Jones observó que los alumnos de otras aulas se unían a la suya e incluso empezaron a perseguir a aquellos que no cumplían con las normas. La experiencia fue escalando muy rápido y se tornó peligroso, lo que forzó al profesor a frenar todo ello. Así el quinto día reunió a todos los alumnos de la escuela en el gimnasio, allí reveló que habían sido parte de un experimento sobre el totalitarismo y acto seguido les puso un documental sobre la Alemania nazi.
El ejercicio Jones destaca cómo se aplica este paradigma del grupo mínimo y cómo incluso las sociedades más abiertas, pueden sucumbir al atractivo de las ideas autoritarias, solamente necesitamos el elemento mínimo para formar esa identidad de grupo e indicarles a sus miembros que formaban parte de un grupo exclusivo, una raza, un dogma político, un club de fútbol, o una supuesta cultura rugbiers. El problema no es pertenecer a un grupo, el problema es creerse exclusivos.

DE DAR LA VIDA POR LA CAUSA A MATAR

Muchas veces escuchamos frases del estilo doy la vida por mi Patria, doy la vida por mi líder, o doy la vida por mi club. Es lógica esta frase por parte de aquellos que identifican su individualidad por la pertenencia a un grupo sin importar su tamaño. De hecho, el sacrificio, o el martirio, muchas veces es parte de los rituales de integración y es una forma de fusionar mi individualidad en un colectivo que “calma” la necesidad natural de los seres humanos de ser aceptados e integrados a una sociedad.
De hecho, muchos actos heroicos no se hicieron por la motivación del honor, sino por el temor de perder reputación y de arriesgarse al ostracismo social. Pues en el fondo, dejar de pertenecer a ese grupo, a ese colectivo con el que nos fusionamos, implica perder estatus en el orden social. Bien entonces podemos asimilar que estamos dispuestos a morir por un grupo, la pregunta es ¿estamos dispuesto a matar?
El caso de Fernando Báez Sosa, nos lleva a interpelarnos esto. ¿Cómo puede escalar una situación al punto de terminar con la vida de alguien? Martin Daly y Margo Wilson en su libro “Homicidio”, estudian estas razones desde la perspectiva de la psicología evolucionista. Señalan en sus estudios que la mayoría de las muertes entre hombres jóvenes se producen por altercados triviales que escalan violentamente, pero cuyo trasfondo asoma el estatus y la reputación. Bajo estos términos, en general, todos seríamos capaces de matar por nuestro estatus.
No planteo que esto funcione de esta manera y de forma tan directa, si fuese caeríamos en la simplificación de que todo rugbiers sería un asesino y por añadidura todos los que no somos rugbiers no lo seríamos. Sin embargo también estaríamos discriminando por sentirnos parte de un colectivo “los no rugbiers”. La clave es tratar de entender cómo funcionan los grupos y este paradigma de grupo mínimo es crucial, es muy fácil entender cómo se genera la discriminación o la alta cohesión a los grupos desde ahí incluso, el detectar qué elementos se están manipulando para crear, unificar, o dividir a diferentes grupos.
Así entendemos que el elemento mínimo para crear una identidad grupal, es hacer entender a alguien que ya forma parte de un grupo “especial” y a partir de ahí podemos crear nuestra propia cultura grupal, con nuestros lemas nuestros símbolos, para después excluir a los inadaptados y entrar en conflicto, discriminar a otros grupos. Entendiendo esto podemos entender también, cómo modelos de zapatillas diferentes pueden crear conflicto comenzando con una pelea entre hermanos y condicionar a todo un pueblo. Fernando no será el último, mientras existan grupos que crean ser exclusivos.

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