Por Gustavo Grosso

Cada día de todos los días, el Flaco anudaba los cordones de los zapatos y salía en busca de un mundo un poco mejor. Ahí va el Flaco, caminando a la velocidad de los cometas, medio que se tuerce para el lado donde lleva los apuntes y una cámara de fotos, de esas con rollo. En los apuntes del Flaco Dematteis dice que a la tarde juegan los hermanos Gatica en el Complejo, juegan el Polaco García y Tatín Montiel, Julio Torres y Tucuta Molfesso, que a la noche hay boxeo en el Porteño y el Gato Olivera puede ser campeón, que juega Mandinga en el baby del Juventus, que a un pibe le robaron la última alegría, que llegó el circo Papelito y está en el baldío frente a la Escuela Normal, que es octubre y se viene la Fiesta del Caballo. Y ahí va, repartido en mil, clonado en sus ilusiones, repartido en sus bondades, descubriendo las vacunas contra las desesperanzas. Todos los días el Flaco se subirá a una bicicleta que dejará apoyada en cualquier parte, le regalará una caricia a una cara fría y no se rendirá frente a los pesares de un mundo que a veces parece girar en contra de las agujas del reloj. Roberto de la calle y lo que dice la calle, Roberto del tren a Mecha, de los pasillos del Policlínico Ferroviario, de llegar a la cabina de transmisión un buen rato antes de que comience a girar la pelota. Roberto infinito en anécdotas, enseñando sin proponerse enseñar, dictando con el ruido de las teclas, escribiendo con dos dedos; Roberto de los abrazos, del compañerismo, del compromiso social, de las luchas, el abecedario completo en sus manos, la música de Troilo, las letras de Discépolo, la influencia de Panzeri, la admiración incondicional a Oscar Alfredo Gálvez el recuerdo al Gordo Alfaro, un poema de Geretuyas, un lunfardo de Berzosqui, una zamba de Yaffaldano, un cafecito que le preparó Patricia, una lista de ideas que le dejá Ana Herrera en el escritorio. Cada día de todos los días que quedan por andar, el Flaco se deslumbrará al mirar un gol de rabona, un cross al hígado, un sprint cuando la Doble Bragado está llegando y hay fiesta en la ciudad. Cada día de todos los días que quedan por andar, el Flaco caminará desde el otro lado de la vía y cruzará Pellegrini de punta a punta con los ojos iluminados, cronista de los andares cotidianos, profeta en una tierra que un día le abrió la puerta de quedarse. Y saludará al vecino, leerá de reojo los títulos del diario, repasará los milagros sucedidos, prometerá sin decirlo, dejar hasta el último aliento en la nota de mañana, trepará los escalones más altos, gritará un gol, dos goles, tres. Vamos todavía dice el Flaco Dematteis y aprieta las manos, hace cálculos imaginarios para llegar a darle la mitad de lo que habita en sus bolsillos a una mamá que lo está esperando en la vereda. El Flaco siempre mirando a un punto fijo donde no están las respuestas; el Flaco siempre confirmando que las máquinas de escribir fueron inventadas para que él le gaste las teclas. Cada día, el Flaco sentirá que algo se le está escapando de entre las manos, que la melancolía lo atraviesa, que a veces la historia difiere de la historia soñada algún día. Y entonces seguía buscando en las miradas, interpelando a esa vida repartida en amores. El Flaco ponía la mejilla, sucumbía frente a las llagas, le gritaba truco a los sortilegios sabiendo que no tenía el ancho de espadas, pero qué importa. El Flaco se aturdía con los porcentajes de la inflación, con las miserias, con los miserables. Con los números fríos, con la sinrazón de los resultados. Andaba igual, caminando ligerito por la plaza del centro, bajo un chaparrón y sin paraguas. El Flaco entibiaba la leche para sus hijos, sabía que la libertad es elegir, tenía para sí que nadie anda porque sí. Roberto buscaba en las miradas, enhebraba la aguja de los deseos, rompía un huevo de chocolate el domingo de pascua y lo repartía en mil pedazos. Estaba alerta a que cambie el semáforo, con los ojos abiertos, las manos calientes, el corazón a contramano, el arrullo de un pájaro que se resistía al otoño, la cuota de amor diario escondida en el corazón del corazón. Roberto le apuntaba al ángulo, a la mirada infinita y eludía a esos fantasmas que se proponen arrebatar la belleza de vivir cada día y cada noche. No hay conjugación verbal posible: el Flaco andaba, anda, seguirá andando. Conteniendo ternuras, encontrando murallas contra la maldad, buscando en las miradas, construyendo con las manos y con el alma, con las mejores intenciones y también con la rebeldía que se imponen los justos. Ahora el Flaco andará convertido en un zorzal, en un colibrí, en una mariposa de mil colores, en una pelota número cinco, en una bicicleta blanca. Llegará en sus alas y escribirá lo que dice la calle. Y habrá música en las radios, aroma a tinta fresca, pretextos para derrotar a los inviernos, y una frase de hoy que hablará del ayer y del mañana.

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