Un tercio de los niños en Argentina carece de estímulos socialesi

El rol adulto: acompañar, cuidar y guiar: una tarea compartida que deja huella

Cada 1ro de junio, el Día de las Infancias nos recuerda que los niños no solo necesitan afecto y juego, sino también adultos presentes, comprometidos y responsables. Personas que abracen el desafío de criar, cuidar y educar con respeto, paciencia y coherencia.

“La forma en que nos comunicamos con los más chicos no solo transmite información, también moldea su desarrollo emocional, social y cognitivo. Una comunicación clara, empática y respetuosa es esencial para construir vínculos sólidos y generar un entorno donde los niños se sientan valorados, escuchados y comprendidos”, explicó Ailín Catalá, especialista en comunicación en salud y jefa de comunicación institucional de OSPEDYC.

“Asimismo –prosiguió Catalá-, evitar los gritos, los insultos y las amenazas; y elegir un tono de voz calmado y positivo, fortalece la conexión emocional con ellos. Este enfoque les ofrece un modelo saludable para expresar sus emociones y resolver conflictos de manera respetuosa. Del mismo modo, escuchar con atención, validar lo que sienten y acompañar incluso cuando no estemos de acuerdo con su conducta, contribuye de forma decisiva a su bienestar emocional y a su autoestima”.

Establecer límites claros y coherentes también es una parte importante del acompañamiento adulto: los niños necesitan saber qué se espera de ellos, qué consecuencias tienen sus acciones y cómo manejar la frustración. Cuando los límites son justos y apropiados a su edad, brindan una estructura que da seguridad y favorece el desarrollo de su autonomía.

Los adultos responsables cumplen, además, un rol esencial como modelo. En la infancia, el aprendizaje se da en gran medida por observación: los niños replican lo que ven en quienes los rodean. Por eso, nuestras acciones hablan tanto como nuestras palabras. El modo en que tratamos a los demás —y a nosotros mismos— deja huella: mostrar respeto, empatía, autocontrol y cuidado es también enseñar. Asimismo, la coherencia entre lo que decimos y lo que hacemos es fundamental, ya que los niños detectan con facilidad las incongruencias y aprenden más de nuestras acciones que de nuestros discursos.

Pero el acompañamiento no es solo emocional. También implica garantizar condiciones materiales y hábitos saludables: ofrecer una alimentación nutritiva, cumplir con los controles de salud, promover la asistencia escolar, limitar el uso de pantallas y fomentar el juego libre. Son decisiones cotidianas que inciden directamente en su desarrollo integral.

“Sin embargo –aclaró la especialista de Ospedyc-, no siempre el poder adulto se ejerce con conciencia. Cuando se utiliza para imponer o controlar sin diálogo ni respeto, se corre el riesgo de desdibujar el rol de cuidado. Ser adulto no es tener la última palabra: es tener la responsabilidad de cuidar con empatía, ética y compromiso, y la familia -como sistema de vínculos- es el primer espacio donde se aprenden estas habilidades”.

“Hoy, las nuevas generaciones enfrentan un presente complejo y dinámico, y para que puedan desarrollarse plenamente, necesitan adultos que no solo los miren, sino que realmente los vean: que los escuchen con atención, los comprendan y los orienten con paciencia y honestidad”, finalizó Catalá.

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