El peor riesgo de los argentinos de cara al nuevo año: Caer en la desesperanza
¿El crecimiento de la pobreza? ¿La falta de trabajo? ¿La inflación? ¿La inseguridad? ¿El avance de la impunidad en los casos de corrupción? ¿Las peleas entre los políticos? ¿La grieta? ¿Cuál es el principal problema que afrontará el país en 2022? Se nos ocurre que, a pesar de su gravedad, no es ninguno de todos estos.
-El principal, a nuestro juicio, es la desesperanza que embarga a buena parte de los ciudadanos ante el futuro de la Argentina y que, por tanto, requiere un imprescindible cambio de actitud.
Digamos, por lo pronto, que la desesperanza se expresa en la baja confianza de la gente en la resolución de los problemas del país, tanto a nivel laboral y económico como de seguridad. Así lo acaba de reflejar una encuesta de la UADE y la consultora Voices, que dirige Marita Carballo.
-El mayor pesimismo se manifiesta en que dos de cada tres de los encuestados creen que la pobreza aumentará. Ese escepticismo se acentúa en los jóvenes, que no ven oportunidades de desarrollo personal.
La desesperanza se agravó este año. Es que de cara al 2021 el 47 % creía que iba a ser un año mejor contra el 38 % respecto de 2022. Solo el 30 % cree que será mejor y un 19 % parecido.
Mientras que el mayor pesimismo tras la vuelta a la democracia se registró ante la crisis del 2001 que se avecinaba, durante el gobierno de la Alianza, al descender el optimismo al 31%. Y en 2009, en el primer mandato de Cristina Fernández, al bajar al 23%, en el marco de una crisis económica mundial.
-Como contrapartida, los mayores niveles de optimismo se registraron tras el triunfo de Raúl Alfonsín, en 1983, al alcanzar el 83%; de Carlos Menem, en 1989, al llegar al 63%, y de la Alianza, en 1999, al tocar el 54 %.
Con la llegada de Eduardo Duhalde a la presidencia, en 2002, ascendía al 49 %; con la de Néstor Kirchner, en 2003, al 66 %; con la de Cristina Fernández, en 2007, al 47 %; con la de Mauricio Macri, en 2015, al 60 %, y con la de Alberto Fernández, en 2019, al 48 %.
-En el plano estrictamente económico, según el sondeo, predominan las expectativas negativas, aunque con una leve disminución respecto de las que había el año anterior.
El trabajo detalla que son los sectores de cierto nivel socioeconómico y educativo y los mayores de 50 años quienes están más preocupados y menos esperanzados con respecto a este aspecto. Puesto en números: seis de cada diez personas en estos segmentos señalan que habrá problemas.
Más allá de las mediciones, en cualquier charla se constata fácilmente la desazón que capea, si bien es cierto –como refleja la encuesta- que no es nueva.
No solo porque no ven a los políticos abocados a la solución de los principales problemas del país, sino por éstos días peleándose por cargos de poca monta o poniéndose de acuerdo para inventar un atajo que les permita sortear la ley y buscar la reelección o para crear o aumentar impuestos.
-Sin embargo, la tentación de caer en la desesperanza es muy peligrosa. Bajar los brazos o apostar a la quimera de la salvación individual, es una mala opción.
-Hace falta todo lo contrario: pelearla desde nuestro pequeño lugar, con la “prepotencia del trabajo”, como diría Roberto Arlt, no en el sentido de llevarse todo por delante, sino de ejercer el liderazgo de la acción y el dominio de la capacidad de hacer, como caminos para lograr el futuro.
Pero también pelearla con valores como la solidaridad, que se evidenció en los peores momentos de la pandemia, sea mediante el heroico compromiso del personal sanitario, sea mediante la ayuda alimentaria de tantos ciudadanos de a pie.
Y en particular, reclamando, exigiéndole a nuestros gobernantes que estén a la altura de las circunstancias. “No se queje si no se queja”, solía decirse antiguamente.
En definitiva, el país nos reclama que seamos ciudadanos, no meros habitantes, que conformemos una auténtica comunidad en la que nadie sobre y todos nos necesitamos. Y el primer paso es recuperar los vínculos sociales.
Creer que todo está perdido es lo peor que nos puede pasar porque, entonces, que “el último apague la luz”. Además, no es irreversible nuestra crisis.
La buena noticia es que, si los argentinos nos unimos, tiene solución.
(Nota de Sergio Rubín, periodista)