– Por Gonzalo Ciparelli

Deseo aferrarme a esos pensamientos en los cuales la esperanza continúa siendo una opción confiable. Pero también, cabe aclarar que el extremo puede conducir hacia la insana melancolía. Una famosa frase cita: Lo último que se pierde es la esperanza. Sin embargo, ¿Si después de todos los intentos posibles, un día se llega al punto que coincide con el fin de esta; qué encontraríamos del otro lado de la vereda? Cuando el retorno hacia la esperanza es inviable, todo quizá se torna oscuro. La adaptación a vivir en un mundo sin ella es sustituir ilusión por realidad. Espera por resignación. Aceptar algunas cosas entendiendo claramente que ya no pueden volver a ser como antes. La esperanza se va perdiendo por aquellos que nos juran lealtad sabiendo que mienten. La esperanza se pierde por las oportunidades dadas y no valoradas. La experiencia personal va acabando con la esperanza con algo de crueldad ya que va acostumbrando a uno a intuir. La intuición anticipa, y frente a la anticipación se pierde la esperanza. ¿En que lugar se encuentra mi esperanza? Más de una vez temí que esté llegando a la línea final que la convierte en realidad. Y la realidad puede no ser más que solo pesimismo. Cuando no hay retorno y no se puede volver hacia atrás, ¿A que nos podemos aferrar? Quizá, podemos intentar aceptar y ver nuevos comienzos. Y honestamente, creo que ya he comenzado nuevamente como unas 1000 veces. O incluso más. Porque en ocasiones, cada día no es más que eso. Una nueva oportunidad para volver a empezar.

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