El lenguaje inclusivo desnuda nuestra lucha social

Un hecho curioso ocurrió el mes pasado, cuando el diario El Litoral de Santa Fe publicó un artículo bajo el título “Restauran cuatro cabines abandonados en la ciudad de Santa Fe para emprendedores”. El artículo remitía a la recuperación de, dicho en singular para evitar repetir lo vivido por El Litoral, cabin (en plural cabines) o puesto de control ferroviario que podemos ver en los pasos niveles. Sin embargo, muchos lectores interpretaron el titular como una intención del medio gráfico por escribir en lenguaje inclusivo, lo que siguió fue un virulento ataque al medio a través de las redes sociales.
Este hecho lleva a plantearnos algunos interrogantes. ¿Es el lenguaje inclusivo una moda? ¿Se trata realmente solo de un mal uso de las normas gramaticales? ¿Por qué puede despertar reacciones tan violentas como las que se vieron en la nota de El Litoral? ¿Por último que poder o estructura social interpela? Pongamos un punto de partida para el lector, quien escribe estas líneas se acerca a promediar las cinco décadas, formado en un lenguaje tradicional que “reproduce”, como veremos más adelante, una estructura social que hoy es cuestionada. Por tal motivo entiendo la génesis del lenguaje inclusivo, aunque reconozco que no la utilizo y hasta me cuesta su lectura.

EL PODER DE LA PALABRA
Resultaría ingenuo no reconocer que el lenguaje, siempre es una forma de poder impuesta. No elegimos el significado de la palabra, sino que elegimos cómo combinarlas. Sin embargo, todos nos creemos independientes y autónomos cuando hablamos el lenguaje. La silla ya era la silla antes de empezar hablar, lo mismo con la palabra mesa, o libro. El lenguaje nos es impuesto, pero eso no parece molestar a nadie. El problema radica en aquellas palabras que reproducen una lógica ideológica, política, cultural y sobre todo social. Por ejemplo aquellas palabras nacidas en el capitalismo, reproducen esta lógica. Así la palabra propiedad ya era propiedad privada y no propiedad comunitaria de la tierra al momento de nacer. La palabra ‘libertad’ ya era libertad individual de mercado y no libertad como liberación de toda opresión sugestión dependencia. Que decir de la palabra justicia.
Todas las palabras pueden definirse “también” de otro modo. La clave del lenguaje está en ese también. Así una misma palabra puede prestarse a varias interpretaciones que batallan entre sí, una batalla por el sentido que siempre es una batalla por lo real. Por eso Friedrich Nietzsche sostenía en su libro “Sobre verdad y mentira en sentido extra moral” que la verdad es un ejército de metáforas en permanente estado de combate. Solo Nietzsche puede en una oración única usar dos palabras tan disímiles como ejército y metáfora y que suene bien. El problema es que si Nietzsche tiene razón la cuestión de la verdad entonces siempre se vuelve una cuestión de poder o sea una cuestión política.
No hay lengua que no suponga por ello una política del lenguaje una apropiación de la palabra y una expropiación de los silencios una narrativa de la normalidad y por ello de los anómalos, de los anormales, de los excluidos, de los derrotados. Vencedores de un lado, vencidos del otro y siempre la misma pregunta. No como hablan como hablan los vencidos o será como dice Walter Benjamin que los derrotados padecen una doble muerte, no sólo derrotados, sino disueltas también sus voces como dice.

LA GRAMATICA COMO OTRO CAMPO POR LA LUCHA DEL PODER
No es el lenguaje inclusivo un intento de imponer una moda, es el resultado de un sector social que comienza a cuestionar las estructuras sociales establecidas y que, en esa lucha de poder, no encuentra en la gramática existente e impuesta por los sectores dominantes, la mejor forma de expresar sus ideas. Por eso la interpela, por eso la transforma, por eso genera un contra lenguaje, no como moda sino como contrapoder.
Pero tampoco es el primer intento gramatical. El lunfardo fue cuestionado en su época como así también su forma artística, el tango. Surgido de los sectores marginados de la sociedad, el lunfardo reflejaba una realidad de los sectores que, en las primeras décadas del siglo XX, era la de los sectores explotados, obreros migrantes o hijos de estos, por aquellos que controlaban el poder político y la economía agroexportadora. Por los mismos sectores que determinaban que música se escuchaba en aquellas primeras radios, donde el tango no tenía entrada.
Más atrás en el tiempo, vemos el ejemplo del lenguaje que hoy definimos como tradicionalista, pero que en su tiempo respondía a una resistencia llevada adelante por aquellos liberales de la generación del 80’ que buscaban imponer un estado liberal y promercado abierto al mundo. Así la payada o recitados camperos eran la barbarie frente a las normas impuestas por la civilización.
No obstante y como toda lucha, siempre hubo ganadores y derrotados, pues como dice la popular canción “si la historia la escriben los que ganan, eso quiere decir que hay otra historia”. Pero también es cierto que en toda lucha cultura, tampoco hay un triunfo absoluto, siempre termina habiendo una asimilación de todos los procesos culturales. Por fortuna es así, de lo contrario no recordaríamos ni al Martín Fierro, ni Cambalache.
Tantas historias, tantas preguntas. El lenguaje se convierte en un virus de los vencedores que nunca terminan de vencer ya que necesitan de sus vencidos para seguir venciendo. El poder es infinito. Cada vez que ven se vuelve a crear nuevos enemigos la letra de los vencedores escribe la historia y habla siempre en nombre de la verdad. No hay redención para los derrotados, sino emancipamos sus voces. No hay revolución que no comience en la subversión de la palabra. Nada es definitivo, todo puede ser de otra manera. Las cosas no son lo que son, sino lo que somos, pero somos lo que otros necesitan que seamos. Siempre que hablamos de lo real hablamos de nosotros mismos, pero lo hacemos hablando el lenguaje del poder y el poder se expresa en el texto de la ley, se vuelve gramática. Creemos que hablamos de lo real pero nos hallamos condicionados por un dispositivo que posee normas reglas y disciplinamiento. Nadie viola las leyes de la gramática no hay institución más poderosa que la gramática. Sus leyes son respetadas sin ningún tipo de cuestionamiento, sus leyes se han vuelto nuestra palabra. Será por eso que la mejor manera de resistir, sea poder romper con el lenguaje.
El lenguaje inclusivo viene a quitarnos las vendas sobre una relación de poder existente en nuestra sociedad y a interpelarla. Como toda interpelación, como todo cuestionamiento, genera diversas reacciones, están quienes las resisten y atacan, volviéndose fundamentalistas de la palabra hasta tal punto de cuestionar un titular de un diario, están quienes la asimilan y la comprenden como un proceso más que nos atraviesa como sociedad, la lucha por el poder.

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