El padre Mario Pantaleo, el hombre con las manos de Dios
Había nacido en Italia en 1915 -Se recibió de sacerdote y vino a Argentina en 1948 -Dos décadas después compró un terreno en González Catán y comenzó lo que ahora se conoce como “la obra del Padre Mario”. Curaba enfermedades imposibles con imposición de manos. “Yo soy la guitarra, el guitarrero es Dios”, afirmaba.
Por Marcelo Metayer, de la Agencia DIB
Día tras día, antes de que saliera el sol, un hombre diminuto se dirigía a un salón lleno de gente en un apartado barrio del Conurbano bonaerense. Allí hablaba breves instantes con cada uno de los presentes y acercaba sus manos: manos rudas, de trabajador, pero manos dotadas del poder de curar. Si el caso lo necesitaba, o si le alcanzaban una fotografía, recurría a su auxiliar inseparable, el péndulo. Una vez que terminaba la recorrida, el hombre se subía a un automóvil y partía a seguir obrando sanaciones a una casa en la Capital Federal. Mientras tanto, su obra en González Catán crecía al mismo tiempo que su fama.
-Era el cura Giuseppe Mario Pantaleo o, como lo conocían, todos, el Padre Mario. Un hombre extraordinario que provocaba asombro por sus dotes curativos y que se encuentra desde hace muy poco en un proceso que puede conducir a su beatificación.
El cura había nacido en Pistoia, en la Toscana italiana, en 1915. Llegó a Argentina con su familia y vivió algunos años en Córdoba. Volvió a Europa en su adolescencia para ingresar en el seminario diocesano de Arezzo. Su primera misa la dio en 1945.
En 1948 Pantaleo, con 33 años, regresó a Argentina. Al principio fue designado en la iglesia de San Pedro, en Casilda, Santa Fe. Luego pasó a la parroquia Nuestra Señora de la Guardia de Rosario. Pidió su traslado a Buenos Aires luego de diez años en tierras santafesinas y fue designado capellán del Hospital Ferroviario y del Hospital Santojanni, y en la basílica de Nuestra Señora del Pilar.
Allí, en la Recoleta, comenzó a codearse con la alta sociedad porteña y empezó a hacerse conocida su capacidad para diagnosticar y aliviar el sufrimiento de las personas.
Esas relaciones le serían muy útiles más adelante, ya que empezó a atender a enfermos en los domicilios de personas piadosas que le abrían sus puertas.
EL CRISTO CAMINANTE
A fines de los años ‘60 Pantaleo adquirió un terreno en González Catán, en el partido de La Matanza, en el oeste del Conurbano. Allí empezó construyendo una pequeña casa, que sería el origen de la fundación que al día de hoy continúa dando tantos beneficios a la localidad.
En ese lugar levantó una iglesia de nombre inédito: Cristo Caminante. De hecho, la denominación debió ser aprobada por el mismo Papa. La obra de ayuda a la comunidad tuvo ese nombre primero y luego fue conocida como “la Obra del Padre Mario”.
-Si bien continuó atendiendo personas en Capital Federal, en Catán recibió a cantidades enormes de fieles que buscaban alivio para sus enfermedades. Se dice que una vez impuso las manos a tres mil personas en un solo día.
“YO SOY LA GUITARRA”
-Su historia tiene un curioso paralelo con la de la Madre María, sanadora discípula de Pancho Sierra, que medio siglo antes debió abandonar sus actividades en la Capital para dirigirse al Conurbano, a Turdera -en Lomas de Zamora- en su caso. Tanto la Madre María como el Padre Mario negaron tener poderes: era la fe la que conseguía las curaciones. «Yo soy la guitarra; el guitarrero está arriba, y es Él quien verdaderamente hace todo», no se cansaba de decir Mario Pantaleo.
El pequeño cura italiano (medía 1,55 metros y calzaba 36) sanó imponiendo sus manos, sin tocarlos, a miles de enfermos de males tan terribles como cáncer, esclerosis, cataratas, lupus y un largo etcétera. -Entre los que acudieron a él había gente de todos los grupos sociales, incluyendo a muchos famosos de la política y las artes. La mayoría se hicieron amigos de él y compartían largas charlas, como Jorge Luis Borges, Jorge Guinzburg, Juan Alberto Badía y el presidente Carlos Saúl Menem.
EL HOMBRE SANTO
Menem fue uno de los que llamó “santo” a Mario, y lo hizo nada menos que en su multitudinario velatorio en Catán, el 19 de agosto de 1992. Hay que ver qué ocurrirá con el proceso de beatificación, ya que el sacerdote no era lo que podría llamarse un cultor de la ortodoxia. La Iglesia nunca vio con buenos ojos a los “milagreros” y Mario hacía cosas imposibles: de hecho, los que usaban la palabra milagro eran los propios médicos luego de examinar a los enfermos ya curados. Además, el Padre utilizaba el péndulo, asociado a prácticas ocultistas.
Por si fuera poco, se relacionó con dos personalidades del movimiento ufológico de los ‘70 y ‘80: Pedro Romaniuk, que tenía su fundación no muy lejos de la de Mario, y Ángel Cristo Acoglanis, el osteópata que curaba en Buenos Aires -hasta compartieron “consultorio”- y llevaba gente a Capilla del Monte para contemplar las luces de la ciudad metafísica de Erks.
De los dos casos de curación post mortem que están en estudio, uno es muy conocido: el de una chica que había tenido un accidente de tránsito y estaba internada en el Sanatorio de la Trinidad, en Buenos Aires, al lado de la cama del cura, ese fatídico agosto de 1992. El Padre Mario pidió que le arrimaran la camilla. Apenas pudo tocarla y rezar por ella. Poco después murió, pero la chica se curó. Esa escena es una de las últimas de “Las Manos”, la película de Alejandro Doria de 2006 que refleja la devoción por ese curita de andar acelerado que siempre estaba con un cigarrillo en la boca -fumaba 80 por día- y dispuesto a servir al prójimo. Si la Iglesia lo beatifica será una gran alegría para muchísima gente, pero para todos ellos ya es San Mario Pantaleo desde siempre.
Fuente: (DIB) MM