-Por Gonzalo Ciparelli

En los ojos tristes puede verse enojo por la lluvia.
En los ojos felices puede verse apreciación por un arcoíris que brilla.
En los ojos tristes puede verse el llanto porque algo terminó.
En los ojos felices puede verse una sonrisa porque sucedió.
En los ojos tristes puede verse miedo a la soledad.
En los ojos felices puede verse tranquilidad por la propia compañía.
En los ojos tristes puede verse rencor porque alguien falló y no pidió perdón.
En los ojos felices puede verse deseo de que mejore quién falló y aún no aprendió a pedir perdón.
En los ojos tristes puede verse envidia por sentirse inferior.
En los ojos felices puede verse admiración por quién con confianza apostó y ganó.
En los ojos tristes puede verse recelo por sentir inseguridad.
En los ojos felices puede verse seguridad por ser único y original.

Tanto en los ojos tristes como felices florece la infancia y lo que en ella se absorbió producto de lo que más abundó.
Sin embargo, la culpa no se debe echar.
El camino que cada uno sigue, a prueba y error, debe ser elección y aprendizaje.

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