Florencio Constantino, un tenor desde Bragado al mundo

Por Orlando Costa

Florencio Constantino, el tenor vasco de los increíbles desafíos y tumultuosa vida, que desarrolló una exitosa carrera artística en el mundo, vivió 6 años en Bragado adonde llegó en 1889.
Nació el 09 de Abril de 1868, lo bautizaron en Bilbao y vivió en Ortuella. Trabajó desde chico en las minas, fue obrero metalúrgico, herrero, mecánico, maquinista ferroviario y naval, hasta los 21 años en que decide embarcarse en el “Le Havre” para venir a Argentina con su novia Luisa Arrigorriaga. Trabaja poco tiempo en algunas ciudades de la Provincia de Buenos Aires y finalmente se radica en Bragado, un municipio que tenía 11.000 habitantes, terminal del ferrocarril del oeste y territorio que requería mano de obra para las tareas agrícolas.
Según él cuenta a Francisco Grandmontagne, en un reportaje que publicó la revista La Baskonia años después, compró una trilladora a crédito y se dedicó a trabajar campos con una cuadrilla de peones, de lo que hay constancias fotográficas.
Aquí nacen sus cuatro hijos: Dolores, Rosa, y los mellizos Antonio y Ricardo. Constantino se adapta facilmente a las costumbres argentinas, y concurriendo a las actividades sociales de la época descubre su gusto por el canto convirtiéndose en un cantor muy popular en las fondas, pulperías, celebraciones y fiestas. En una visita de Gabino Ezeiza a Bragado, sostiene con Constantino un duelo de canto y guitarra durante dos noches, como lo recuerda el famoso payador argentino a la revista PBT, en 1911.
No sólo se integra plenamente a la vida argentina, sino que también participa en la política convirtiéndose en fervoroso seguidor de Leandro N. Alem, fundador de la Unión Cívica Radical en 1891.
Tal es así que en marzo de 1894 protagoniza un hecho trágico junto a los hermanos Gregorio y Aparicio Islas, dirigentes radicales, que se enfrentan a tiros en la estación del ferrocarril con un grupo de conservadores en el que mueren ambos y Carlos Costa, hermano del ex Gobernador de Buenos Aires. Constantino le cuenta esto a Grandmontagne en una nota para el diario La Nación de 1903, contestando a la pregunta: “¿es usted radical?”. “Sí Señor, he peleado en la revolución (refiriendo a la revolución de 1893 que lideró Hipólito Yrigoyen), en el Bragado. En la estación nos hicieron una descarga bárbara, sólo yo quedé vivo por milagro, dos balas me pasaron el chambergo”. Hay fotos de él y estos radicales revolucionarios con ropa militar.
Algo notable sucede con este personaje también en ese año. Convocado por el Cura Párroco de Santa Rosa de Lima, canta en las fiestas patronales el 30 de Agosto y es escuchado por el Arzobispo de Buenos Aires, Monseñor León Aneiros, quien impresionado por su voz le sugiere que vaya a estudiar a Buenos Aires. Lo mismo sucede en octubre cuando canta en las romerías organizadas por la Sociedad Española de Socorros Mutuos y el director de la Banda que llegó de Buenos Aires, el maestro Paolantonio, le dice que se dedique al canto.

Meses más tarde, en un festival a beneficio de las víctimas de los terremotos en La Rioja y San Juan, el violinista José María Palazuelos queda sorprendido al escucharlo y le enseña la primera aria de una ópera.
Constantino decide entonces ir a Buenos Aires a principios de 1895 para educar su voz, cuya natural capacidad para el canto había descubierto en Bragado. Vende la trilladora, su casa y se traslada con su familia, después de esos seis años que nunca olvidará.
No le resulta fácil lograr ayuda para su cometido, pero con esfuerzo, tenacidad y a veces mintiendo sobre su situación, consigue empezar a capacitarse y hacerse conocer, debutando en el Teatro Solís de Montevideo en 1896, para después actuar en el Teatro Odeón de Buenos Aires y en el Argentino de La Plata.
En 1896 toma otra decisión crucial, ir a Milán para seguir estudiando. Lo concreta con gran sacrificio, incluso practicando artimañas para sobrevivir e iniciar su camino en el arte, recibiendo ayudas pero pasando enormes privaciones para poder pagar su aprendizaje. Tiene que enviar a su familia a Bilbao, para quienes años después podrá construir en Algorta (barrio del municipio de Getxo, cercano a Bilbao) un palacete llamado Villa Luisa.
En los años siguientes logra convertirse en una figura de la lírica en Europa, actuando en varios países como Holanda, el País Vasco, Italia, España, Rusia, Ucrania, Polonia, Alemania, Rumania, y realizando sus primeras grabaciones en Barcelona.
Retorna a la Argentina en 1903 y entre otras actuaciones se presenta con Enrico Caruso en el Teatro de la Opera y en Montevideo, con quien entabla amistad (existen cartas que intercambiaron).
Vuelto a Europa se consagra como artista de la lírica y la ópera en Madrid, Lisboa, Oporto, San Sebastián, Berlín, Varsovia, en Londres con Caruso nuevamente, París, Roma, Moscú, Niza, San Petesburgo, etc, haciendo también cantidad de grabaciones para los principales sellos discográficos.
En 1906 debuta en Estados Unidos con gran éxito, realizando extensas giras en distintas ciudades con compañías de ópera en dos temporadas y más de cien actuaciones. A partir de allí fue una figura destacada en el país del norte recibiendo los aplausos de los públicos más exigentes en los principales escenarios. Desafíó a Caruso depositando 10.000 dólares, contienda influenciada por empresarios de ambos divos y que nunca se hizo.
El Teatro Colón se inaugura en 1908 y para la segunda temporada contratan a Constantino, quien canta Aurora del compositor argentino Héctor Panizza y ante el interés despertado por “la canción a la bandera” la sigue interpretando como tema suelto y la graba en Estados Unidos en 1910. En este mismo año vuelve a la Argentina actuando en Buenos Aires, Rosario y La Plata y también en Río de Janeiro y Santiago de Chile.
Repite su visita en 1911 para actuar en el Colón junto a María Barrientos y Titta Ruffo, grandes artistas de la época. Aprovecha para volver a Bragado con un gran recibimiento y da un concierto a beneficio del Hospital Municipal en el Teatro Francés, para después seguir en Córdoba y grandes ciudades argentinas haciendo obras similares. En Bahia Blanca declara al diario La Nueva Provincia: “Yo también he sido pobre, muy pobre en este país de mi adopción cariñosa y de mis mejores triunfos y si la voz sirve para mitigar las penas de los pobres, me tendrán siempre dispuesto a cantar para aliviar las penas”, lo que demuestra su generosidad.
Justamente, en Bragado compra un edificio para demoler y construir un teatro que inicia inmediatamente con una inversión extraordinaria, en un gesto que es destacado por la prensa de Argentina y otros países.
El teatro en Bragado merece un párrafo especial de esta sintética historia, por el profundo significado, la dimensión del mismo y lo que sucedió con él. El Teatro Constantino, construido en un año, con planta baja y dos pisos, tenía 7 palcos, 560 butacas, 180 tertulias, 350 cazuelas, 380 asientos de paraíso, un gran restaurant, confitería, un sótano para patinar, un salón de billares. En el mismo edificio, para el Club Social se construyeron 16 dependencias y un gran salón para bailes y recepciones. Se inauguró el 25 de noviembre de 1912 representándose la ópera La Boheme, de Puccini, con una compañía que trajo Constantino, y una apertura a cargo del Secretario de la Municipalidad Enrique P. Maroni (autor de la Letra Si Supieras de la Cumparsita que inmortalizó Carlos Gardel al grabarla) con 2100 asistentes de público de distintas ciudades y repercusión periodística en los principales diarios del país.
Constantino, que además de realizar esta enorme inversión compró en EE UU el telón, las butacas, luces y un piano de cola, dijo: “En el Bragado, tierra de mis luchas primeras planté mis tiendas de artista, edificando un teatro para que los amigos que fueron de mi desgracia, lo sean también de mi ventura”. Repartió 400 entradas para que los escolares vayan gratis a las funciones de ópera hasta el 9 de diciembre, porque pensaba en el porvenir de los jóvenes: “Quiero que cultiven el arte, pues el arte los engrandece, tal vez de alguno de ellos nazca un artista que haga honor a su patria”.
El teatro no era un negocio sustentable, fue rematado, luego comprado en 1933 por la familia Ossemani que le da nueva vida contratando a las principales compañías teatrales, conjuntos musicales, famosos solistas (desde Carlos Gardel a Mercedes Sosa), coros, y exhibición de cine, hasta que en 1979 se derrumba una parte de la fachada y se ordena su demolición. Un grupo de vecinos se opone a ello y se logra salvar la sala, de elogiada acústica, quedando bajo el dominio de la Municipalidad. Muchos años más pasaron hasta que con fondos nacionales, un proyecto integral de la Facultad de Arquitectura de la UBA más otro para la fachada que se concretó por un Concurso, lo transforma en el moderno Centro Cultural Florencio Constantino que es hoy, un siglo después que el artista y el hombre de gran corazón le hiciera semejante regalo al pueblo que lo acogió en sus primeros años de andanzas y donde descubrió su vocación.

Volviendo a nuestro personaje, en 1913 continua con sus éxitos en Estados Unidos haciendo centenares de presentaciones con gran fama y popularidad, lo que también trae consigo conflictos amorosos y juicios con empresarios que le cuestan mucho dinero y hasta un breve tiempo de cárcel. Realiza también actuaciones en Cuba y finalmente en México donde se agravan problemas de salud física y mental, va perdiendo la portentosa voz y muere allí el 19 de noviembre de 1919 a los 51 años de edad, sólo y en el olvido después de una vida propia de película.
Constantino en su frondosa trayectoria como tenor actuó en 16 países, más de 90 ciudades y más de 100 teatros y salas líricas triunfando en todo el mundo, grabó más de 200 discos para los principales sellos de la época y compartió escenarios con los más grandes artistas de ópera de principios del siglo 20, entre ellos la soprano Regina Paccini, quien fue esposa del Presidente Marcelo T. de Alvear, benefactora de las artes y fundadora de la Casa del Teatro en Bs As.
Aclamado por multitudes, recibido por reyes, conoció la gloria y los fracasos, la pobreza y la riqueza, la humildad y la vanidad de los divos, los amigos de ocasión y la soledad, elogiado y criticado por la prensa, no dejó dudas sobre su espíritu aventurero y tenacidad para asumir los desafíos más extraordinarios, su don para el arte y su extrema generosidad.
Sus restos, como su azarosa vida, tuvieron un largo recorrido también. El Centro Vasco de México construyó un monumento funerario en 1928 y allí descansaron hasta que en 1986 el Sr. Julio Goyén Aguado, su biógrafo, consiguió autorización de sus nietos para trasladarlos a Argentina. Con homenajes en ambos países y hasta que se decidiera donde se depositarían en Bragado, se aloja la urna en el Secretariado de Ayuda Cristiana a las Cárceles donde permanecen durante un año. Recién en 2000 la esposa de Goyén Aguado y un grupo de admiradores vascos me los entregan siendo Intendente de Bragado, en un acto escriturado ante Escribano “solicitando no hacerlo público hasta tanto los restos del tenor descansen en su morada definitiva en el Teatro que lleva su nombre”, el que debía reconstruirse para hacer dentro un mausoleo. Obra que finaliza en 2012 y frente al cual se realizó un monumento en 2019.
Una calle en Bilbao lleva su nombre, otra en México y un busto en la plaza frente a la que fue su residencia en Algorta, recuerdan a quien teniendo un tesoro en su garganta dedicó su vida al arte a la vez que mostró su calidad humana con un gran corazón.
Este resumen de la vida del gran tenor vasco está basado en el libro “Florencio Constantino. El hombre y el tenor: Milagro de una voz”, que en 350 páginas con abundante material documentado hizo Julio Goyén Aguado, con la colaboración de Miguel J. Ezquerro Azpiroz y Eduardo O. Zappettini Carriquiri, cuyo ejemplar de tapas duras dedicado por el autor guardo como uno de los obsequios más preciados que recibí en mi paso por la función pública.

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