– Por Gonzalo Ciparelli

El orgulloso no pide perdón por algo que realizó. El perverso tampoco.
Sin embargo, existen diferencias que claramente determinan la sanidad de uno y la insanidad del otro. A mi entender, claro.
El orgulloso frente a la posibilidad de pedir perdón presenta un sentimiento de inferioridad. Se siente débil al imaginarse aceptando que algo que realizó no fue correcto. Tiende a culpar al otro, a actuar de manera defensiva.
El perverso no siente la necesidad de pedir perdón, ya que actúa con maldad.
A diferencia del orgulloso que siente culpa pero no la acepta, el perverso no logra identificar qué está bien y qué mal.
Mientras uno logró desarrollar su superyó, el otro no.
Entendamos por superyó a aquel estado de nuestra conciencia que regula nuestra moral y nos indica, qué está moralmente aceptado y qué no. Por lo tanto si cometemos actos inmorales vamos a tener síntomas. Culpas.
El orgulloso llora en soledad, luchando contra su incapacidad de pedir perdón por verse débil.
El perverso se ríe frente a todos, buscando llamar la atención para ser observado y señalado sin medir consecuencias.
A diferencia entonces del orgulloso, el perverso carece totalmente de culpa.
El primero, con algo de empatía hacia él y hacia los demás, y frente al ruido ocasionado por sus culpas, accederá si así lo quiere a la aceptación y mejoría de su estado. Con ayuda y trabajo, claro.
El segundo, difícilmente pueda llegar a la aceptación de su estado y mucho menos a una mejoría si directamente no siente que algo debe cambiar.
Todos somos orgullosos en algún punto o momento de nuestra vida. Motivo por el cual, se debe comprender que ciertas culpas que se nos presentan siempre son positivas ya que se trata de un síntoma, algo que se le debe prestar atención porque nos están diciendo que así no podemos continuar.
El ser humano tiende a pasar por alto los síntomas, sin entender realmente que lo que está en juego, en este caso, es su salud mental.
Al fin y al cabo, logrará cierto bienestar y satisfacción si consiguió cambiar, luego de identificar de manera eficaz que era un orgulloso y no un perverso.

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