Sólo el que vive bien los agostos, es merecedor de la primavera
Lo recuerdo bien. Fue cuando julio se fue, que un viento helado e insulso, que arrastraba todavía las hojas abandonadas por el otoño, me dijo algunas verdades. Me convenció de que el cielo empezaría a metamorfosearse de rojo. Que el polvillo que levanta el viento enseña que las cosas no siempre permanecen en el mismo lugar y que, al final, hay que entender que sólo se asienta cuando los remolinos se van. Fue cuando julio se fue, que mi soledad me invitó a una conversación conmigo mismo. Y me habló de tiempos de esperas. Y me dijo que el ruido de los árboles tenía algo para decir sobre la aceptación. Y yo me quedé pensando, cómo es que ellos, los árboles, aceptan las estaciones al punto que, si los estremecen, también le florecen los brotes. Pero todo a su tiempo. Fue en agosto que descubrí que los perros locos son los gritos que no lanzamos al viento. Son los estremecimientos particulares que nuestra rigidez de certezas no nos permite encarar. El mes de agosto tiene mucho para enseñar. Porque agosto es un mes jardinero. Es dentro de él, cuna del invierno, donde las semillas duermen. Aguardan su tiempo de brotar.
Agosto es guardador de buenas nuevas, preparador de flores. Agosto es cuando Dios permite a la naturaleza traducir visiblemente el tiempo de las mutaciones. Mute, dice agosto en su mensaje de semillas. Acepte, dice agosto, como el viento frio que levanta el polvillo y enrojece el cielo. Comparta, dice agosto, abrigos, sopas calentitas, cafés con chocolate, abrazos apretados –ellos también abrigan el alma y anidan el cuerpo-. Distribuya sus afectos. El invierno es acogimiento, es tiempo de preparar septiembre. Y, de septiembre, ya sabemos qué esperar… la explosión de colores que en sus más variados nombres vienen en forma de flores. Apreciemos agosto, lo recibamos con el feliz espanto de quien desafía vientos. Que desarregle y esparza las hojas, que levante los polvillos al aire. Acepte las esperas, pero vaya colocando las macetas en la ventana. Sólo quien vive bien los agostos es merecedor de la primavera.
Myrian Lucy Rezende.
Escritora. Educadora Infantil.