– Por Gonzalo Ciparelli

La tentación lleva consigo un misterio en todo ser humano. Como si dicha tentación le ganara a la conciencia. Esta última sabe lo que se aproxima, y aun así, no consigue frenar a tiempo.
El ser humano reconoce las señales de la moral y la consiguiente culpa que es inevitable luego del accionar. No está exento del superyó.
Sin embargo, en un breve lapso de segundos, lo prohibido sucede.
Actúa de la misma manera el vicio. Uno entiende, es consciente y sabe por experiencias pasadas, que el vicio no hace más que llenar temporalmente un vacío, para luego crecer aún más cuando termina el efecto.
La tentación no hace más que calmar lo deseado, para luego crecer aún más el sentimiento de culpa.
Bienaventurados aquellos cuyos vicios mueren antes que él.
Bienaventurados aquellos cuyas tentaciones son retenidas a tiempo.
Los primeros sentirán orgullo personal por haber conseguido de manera eficaz quitarle poder a un asesino silencioso.
Los segundos, sentirán tranquilidad y serenidad por haber actuado honestamente, y haber aprendido a decir ‘no’ a tiempo antes que aparezca el lamento y la culpa.
Tanto la tentación como el vicio se presentarán en todo ser humano.
Y uno mismo es quién lleno de curiosidad e ilusión firma el formulario de ingreso a sitios donde no se debería ni asomar.
Justamente ahí tendrá el poder para decidir, si quiere ser libre o esclavo.

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